Los Mandarines by Simone De Beauvoir

Los Mandarines by Simone De Beauvoir

Author:Simone De Beauvoir
Language: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9789500716406
Publisher: Sudamericana
Published: 2011-11-03T00:00:00+00:00


Cuando dos horas más tarde un taxi lo dejó ante la casa de Lambert, Nadine cruzaba la puerta de calle. Le sonrió cordialmente; estimaba haber tenido el mejor papel en la historia de ambos y era siempre muy amable con él.

—¡Ah, tú también vienes! Es una locura como está de acompañado el querido huérfano.

Enrique la miró un poco escandalizado:

—No es especialmente graciosa esta historia.

—¿Qué puede importarle que ese viejo cochino haya muerto? —dijo Nadine. Se encogió de hombros—. Sé muy bien que mi papel sería hacer de hermana de caridad, y consoladora, y todo; pero no puedo. Hoy estaba reventando de buenas resoluciones: y veo llegar a Volange. Disparé.

—¿Volange está arriba?

—Pues sí. Lambert lo ve a menudo —dijo, sin que Enrique pudiera discernir si había o no perfidia en su tono displicente.

—De todas maneras subo —dijo Enrique.

—Que lo pases bien.

Subió lentamente la escalera. Lambert veía a menudo a Volange: ¿Por qué no se lo había dicho? "Tiene miedo de que me mortifique", pensó. El hecho es que le mortificaba. Llamó. Lambert sonrió con ganas.

—¿Ah, eres tú? Te agradezco. ..

—Qué feliz coincidencia —dijo Luis—. Hace meses que no nos veíamos.

—¡Meses! —Enrique se volvió hacia Lambert; parecía muy huérfano con su traje de franela cuya solapa estaba cruzada por un crespón negro: un traje cuya clásica elegancia había sido aprobada sin duda por el señor Lambert.— Quizá no tengas ganas de moverte estos días —dijo—. Pero hay una reunión importante esta tarde en casa de Dubreuilh. L’Espoir tendrá que tomar decisiones. Quisiera que me acompañaras.

En verdad no tenía necesidad de Lambert, pero deseaba arrancarlo a sus pensamientos.

—Tengo la cabeza en otra cosa —dijo Lambert; se echó en un sillón y dijo con voz sombría—: Volange está seguro de que mi padre no ha muerto en un accidente, que lo liquidaron.

Enrique se estremeció: —¿Que lo liquidaron?

—Las puertas no se abren solas —dijo Lambert—, y no se ha suicidado, puesto que acababa de ser absuelto.

—¿No recuerdas la historia de Molinari entre Lyon y Valence? —dijo Luis—. ¿Y la de Peral? Ellos también cayeron de un tren poco después de haber sido absueltos.

—Tu padre era viejo, estaba cansado —dijo Enrique—, la emoción del proceso pudo sacarlo de quicio.

Lambert sacudió la cabeza:

—¡Sabré quién ha hecho esto! —dijo—. Lo sabré.

Las manos de Enrique se crisparon; eso era lo que lo trabajaba desde hacía ocho días: esa sospecha. ¡No! —suplicó en sí mismo—, Vicente no, ¡ni él ni otro!" Molinari, Peral, le importaban poco; y acaso el viejo Lambert era tan cochino como ellos; pero veía demasiado exactamente ese rostro que había sangrado contra los rieles, un rostro joven iluminado por ojos de un azul asombrado; tenía que ser un accidente.

—Hay bandas de asesinos en Francia —dijo Luis—, es un hecho —se puso de pie— ¡Qué atroces son esos odios que no quieren morir! —Hubo un silencio y dijo con voz acogedora—: Ven a comer una de estas noches a casa, no nos vemos nunca, es demasiado tonto; quisiera hablar contigo de un montón de cosas.

—En cuanto tenga un poco de tiempo —dijo Enrique vagamente.



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