Tres Novelas Policiacas by Rafael Bernal

Tres Novelas Policiacas by Rafael Bernal

Author:Rafael Bernal
Language: es
Format: mobi
Tags: thriller
Published: 2011-01-19T23:00:00+00:00


De muerte natural

Si esa aguja hipodérmica nueva no le hubiera caído materialmente en las manos desde una ventana del sanatorio, don Teódulo Batanes no hubiera averiguado nada y un criminal se hubiera quedado sin el castigo debido en justicia. Pero debemos tener en cuenta que, para que esa justicia siguiera su curso vengativo, la aguja tuvo que caer exactamente en manos de don Teódulo y no de alguna otra persona, que nada raro hubiera notado en la sucesión de hechos insignificantes que llevaron al mismo don Teódulo a deducir lo que había sucedido esa mañana en el sanatorio. Por lo menos así lo cree el interesado y medita en los extraños caminos que sigue Dios para castigar y premiar siempre.

Ese día de la aguja iba don Teódulo a salir del hospital. Por mejor decir, ya había salido, su pierna perfectamente curada, después que la cabeza de Mictecacíhuatl, representada en piedra, se le cayó encima, rompiéndole el fémur. A las doce del día, cuando encontró la aguja, ya se debería haber ido; pero era un hombre cortés y quería despedirse de la Madre Fermina, que lo había atendido muy bien durante su enfermedad. Quería, además, regalarle un rosario de cuentas de plata, como recuerdo, y pedirle que en el coro rogara por volvieran a caer ídolos encima y no lo volvieran a cesar de su empleo en el Museo de México, empleo que ya había perdido tres veces, por meterse a averiguar cosas que nadie lo llamaba a averiguar, como el robo de las mascarillas de oro y el asesinato del experto en cerámica maya.

Caminaba en busca de la Madre Fermina por el jardín, bajo las ventanas del pabellón de operados, cuando frente a él, de una de las ventanas, cayó una aguja hipodérmica. Don Teódulo, que la vio caer y brillar en el sol, la levantó, la observó cuidadosamente, vio que estaba manchada con un poco de sangre, como si alguien la hubiera usado para poner una inyección intravenosa; y trató de averiguar, oliéndola, qué sustancia se había puesto con ella; pero la aguja no olía a nada.

—Algún médico o practicante poco cuidadoso o muy despreocupado habrá dejado caer esta aguja —pensó; y, volviendo los ojos a las hileras de ventanas, trató en vano de localizar de cuál de ellas pudo caer la aguja. Viendo que todas estaban semiabiertas y que no había nadie asomado en ninguna de ellas, siguió su paso en busca de la Madre Fermina, pensando-entregarle también la aguja y pensando otras muchas cosas, sobre todo en la razón que tendría alguien para tirar una aguja nueva y en perfectas condiciones por una ventana.

Dio la vuelta al jardín sin ver a la Madre, con lo que volvió a entrar al edificio. En el vestíbulo, una de las madres regañaba a un practicante:

—Parece increíble que sea usted tan descuidado, Pedrito. ¡Perder su bata y su mascarilla! El doctor Robles estaba furioso porque no llegaba usted a tiempo.

—La dejé en el pasillo, Madre —contestó Pedrito— cuando volví ya no estaba.



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