Los Tommyknockers (The Tommyknockers) by Stephen King

Author:Stephen King
Format: mobi
ISBN: 9789500408493
Publisher: Emecé Editores
Published: 1989-09-15T05:00:00+00:00

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Stephen King: Los Tommyknockers

Y cortó. Cuando salió del bar de Weally llevaba fuego en los ojos y una nueva elasticidad en el paso. Parecía tener veinte años menos que al entrar.

Pero en los treinta y ocho kilómetros de viaje a Bangor se le pasó el efecto de las tres cervezas.

Cuando llegó al edificio del News, estaba otra vez sobrio. Peor aún: sentía la cabeza insegura y confusa.

Se dio cuenta de que estaba contando mal el caso, de que volvía una y otra vez a la función de magia, a la expresión de Hilly, a su certidumbre de que David Brown había desaparecido de verdad.

Por fin calló, no como quien ha llegado al fin, sino como un arroyuelo cada vez más cenagoso que acabara de secarse.

Bright daba golpecitos con el lápiz contra el escritorio, sin levantar la vista.

– ¿Usted no miró bajo la plataforma en ningún momento Mr. Hillman?

–No..., no, pero...

Entonces Bright lo miró. Su rostro era amable, pero Ev vio en él la expresión que le abría los ojos: ese hombre lo creía más loco que una cabra.

–Todo esto es muy interesante, Mr. Hillman...

–No se moleste –dijo Ev, levantándose. La silla voló hacia atrás tan repentinamente que estuvo a punto de caer.

Tuvo una vaga conciencia del tableteo de las procesadoras de texto, del retintín de los teléfonos, de que la gente iba y venía por la redacción con las manos llenas de papeles. Sobre todo, tuvo conciencia de que era medianoche, de que estaba cansado y enfermo de miedo y de que ese tipo lo creía loco

–No se moleste. Es tarde. Usted querrá ir a su casa para reunirse con su familia, supongo.

–Si lo viera desde mi punto de vista, Mr. Hillman, comprendería que...

– ¡Pero si lo veo desde su punto de vista! –aseguró Ev –. por primera vez, me temo. Yo también debo irme, Mr. Bright Me espera un largo trayecto y en el hospital el horario de visitas comienza a las nueve. Lamento haberle hecho perder tiempo.

Salió de allí apresurado, furioso, acordándose de lo que debería haber recordado desde el primer momento: que no hay peor tonto que un viejo tonto. Con lo de esa noche había demostrado ser el peor de todos los viejos tontos del mundo entero.

Bueno, adiós la idea de contar a la gente lo que estaba ocurriendo en Haven. Por viejo que fuera, no volvería a soportar otra mirada como ésa.

Jamás en su vida.

Esa decisión duró exactamente cincuenta y seis horas, hasta el momento en que echó un vistazo a los titulares del lunes. Entonces sintió ganas de visitar al hombre que estaba investigando la desaparición de los dos policías estatales. Según el periódico, se llamaba Dugan; también se mencionaba que había tenido cierta amistad con Ruth McCausland y que, pese al urgente caso del que se ocupaba, asistiría a los funerales de la señora para pronunciar una breve alocución. Ev se dijo que esa amistad debía de haber sido bastante profunda, qué joder.

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