(Toni Romano 05) Cuentas pendientes by Juan Madrid

Author:Juan Madrid
Language: es
Format: mobi
Tags: novela negra
Published: 2011-04-15T22:00:00+00:00

Mi amigo Matías, el dueño de la tienda de decomisos, era un hombre extraño. Estaba muy gordo pero tenía el rostro alargado y flaco como si fuera el de otra persona.

—Sabía que estabas jodido, Toni, sí señor. Pero aquí está Matías para solucionar los problemas. Mi lema es: ¿tienes problemas, necesitas algo? Entonces ven a Matías. Tú déjame a mí y ya verás. Creo que tengo la solución a tu problema. Vamos a ver lo que podemos hacer.

Sacó del cajón un montón de papeles y facturas y las puso encima del mostrador. En el cajón había un doble fondo, de ahí extrajo una carpeta azul.

—Bueno, Toni, ya sabes que hay dos maneras, la fácil y la difícil. La más cara y la más barata, esto es como todo. La cara es que te haga documentación nueva, un pasaporte, por ejemplo. Pero eso te costará no menos de un kilo y seguro que tú no lo tienes. Yo te propongo lo otro, lo barato.

La carpeta azul estaba llena de pasaportes. Los había de todos los colores, nuevos y viejos.

—Más fácil y más barato es que tú te parezcas al tío de la fotografía. Tengo uno que creo que te iría bien. Es boliviano y lo único que tendrás que hacer es ponerte gafas, agrandarte el bigote y afeitarte un poco las entradas. Si te pones un poquito de mechas blancas en las sienes vas a quedar fenómeno. Mira, por ser para ti te lo dejo en seiscientas mil, incluido un billete de avión de una semana a Santo Domingo, con un grupo de turistas. Allí no comprueban los números de los pasaportes. ¿Qué dices? ¿A que lo tengo todo bien amarrado?

Puse sobre el mostrador el paquete de regalo con la maquinilla de afeitar a pilas que le había comprado al Nené.

—Vengo a otra cosa, Matías. Necesito que me devuelvas las mil pesetas que te pagué por esto. Estoy en la última.

Cuando Matías asimiló lo que le acababa de decir, guardó otra vez todo en su sitio y cerró el cajón del mostrador.

—Entonces, ¿no quieres abrirte del país?

—No, Matías. Necesito un poco de dinero, nada más. Por eso he venido a verte. ¿Puedes hacerme el favor de devolverme las mil pesetas que me costó el regalo?

—¿Para esto me estoy molestando contigo?

—Sí, Matías. Y lo siento, no tengo otra posibilidad de conseguir dinero. Matías abrió el paquete, hizo funcionar la maquinilla y la observó con mucha atención. Luego puso en el mostrador una moneda de quinientas y dos de cien y las empujó en mi dirección.

—Matías, faltan trescientas pesetas. Me costó mil, ¿te acuerdas?

—Claro que me acuerdo, pero los productos que se devuelven tienen el treinta por ciento de recargo. Me quité el reloj y se lo di.

—Míralo bien, Matías. Me lo regalaron los compañeros de mi promoción cuando me obligaron a pedir la excedencia. Es un Rolex bueno, chapado en oro. Nuevo vale más de cien mil.

Matías se lo acercó a los ojos y lo estuvo mirando durante varios minutos. Cuando terminó, dijo:

—Sí, no es un peluco chungo, pero ahora no cuesta cien mil.

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