Santo Oficio De La Memoria by Mempo Giardinelli

Santo Oficio De La Memoria by Mempo Giardinelli

Author:Mempo Giardinelli
Language: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
Published: 2011-10-24T22:00:00+00:00


49. Pedro

El cortejo era largo, de varios automóviles que se recalentaban al sol; era una víbora fragmentada de varias cuadras de extensión, que reverberaba en la calcinante siesta chaqueña al ritmo cansino de las dieciséis patas de los caballos que desandaban el pavimento de Resistencia rumbo al cementerio, cortejo en cuya segunda carroza, detrás del muerto y tras las cortinillas de volados descosidos un niño miraba una mosca gorda y verde que se sostenía con firmeza en la manija de la puerta cerrada.

Al lado de ese niño, mamá lloraba en silencio y los demás la mirábamos entre desconcertados y extraña, ridículamente culpables. Pero era un sentimiento genuino, real, que todos teníamos, los ocho hermanos que no sé cómo cupimos con ella en esa carroza que parecía cojear del lado derecho como un animal lastimado en una pata, como si las ruedas de ese flanco hubiesen tenido los flejes débiles, como una diligencia herida desde que la atacaron los indios. Yo no podía dejar de pensar que justo esa tarde en la matinée del Cine Marconi pasaban los nuevos capítulos de «El Llanero Solitario» —¿o era «El Zorro»; o era «Flash Gordon»?— y me los iba a perder, y tendría que esperar una semana para ver dos capítulos juntos, y por eso sentía una culpa que no me dejaba en paz, y el calor ahí adentro, y mi hermano cómo jodía.

Lloré durante un rato, ni modo manito, me dije, la pinche vida tiene estas cosas, y apagué el motor porque no tenía sentido gastar gasolina si así no se puede manejar y me esperaba un largo viaje hasta el entierro de mi padre. Lo había decidido así y así lo haría, con precisión de ingeniero, de aficionado al ajedrez, a las palabras cruzadas, con precisión de relojero —¿cómo será la relación de los relojeros con el tiempo?; ¿serán puntuales, los relojeros?; ¿cómo soportarán el paso del tiempo, el peso del tiempo?—, sí, así lo haría pero sólo cuando pudiera dejar de recordar que al partir de la catedral los taxistas de la esquina se quitaron los sombreros y los pelados aprovecharon para secarse el sudor de las calvas con sus pañuelos sucios, como el gordo Anastasio que me miró intensamente desde su Chevrolet 51 y se abrazó a sí mismo, con los brazos como camisas de fuerza y como diciéndome fuerza pibe te comprendo estoy con vos, o como diciendo no desesperes pichón si hay justicia los asesinos la pagarán, o como con ganas de llorar porque mi viejo era un buen cliente y él se diría, amarrado en su camisa de fuerza, pobre Don Enrico qué barbaridad que todavía pasen estas cosas la vida es una mierda. Y yo me quedé viendo esos antebrazos gordos del gordo Anastasio hasta que me distraje porque me dio gracia mirarle la boca cuando hizo un puchero, como un bebé, gesto tan ridículo en un hombre grande, un cincuentón, y su barriga como de yegua por parir.

Y unas cuadras más allá, al pasar por



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