Historia Del Ojo by Georges Bataille

Historia Del Ojo by Georges Bataille

Author:Georges Bataille
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-02-25T00:00:00+00:00


IX-ANIMALES OBSCENOS

Para evitar las molestias de una investigación policíaca, nos fuimos de inmediato a España, en donde Simona podía contar con el auxilio de un riquísimo inglés que ya le había propuesto mantenerla y que, sin lugar a dudas, era la persona más capaz de interesarse en nuestro caso.

Abandonamos la quinta a mitad de la noche. No fue difícil robar una barca, llegar a un punto alejado de la costa española, quemarla allí totalmente, mediante dos latas de gasolina que habíamos tenido la precaución de tomar de la cochera de la quinta. Durante el día Simona me dejó escondido en un bosque para encontrarse con el inglés en San Sebastián. Regresó al caer la noche, conduciendo un magnífico coche donde había valijas llenas de ropa y de vestidos lujosos.

Simona me dijo que Sir Edmond nos encontraría en Madrid; todo el día le había hecho las más minuciosas preguntas [77] sobre la muerte de Marcela, obligándola incluso a que dibujase planos y un croquis. Acabó enviando a un criado a que comprase un maniquí de cera con peluca rubia y le había pedido a Simona que orinara sobre la figura del maniquí tirado en el suelo, sobre los ojos abiertos, en la misma posición en que ella había meado sobre los ojos del cadáver: Durante todo ese tiempo Sir Edmond no había tocado siquiera a la muchacha.

Después del suicidio de Marcela, Simona había cambiado mucho; miraba al vacío y se hubiera creído que pertenecía a otro mundo distinto del terrestre, donde todo le aburría; sólo tenía apego a la vida durante los orgasmos, mucho menos frecuentes, pero incomparable mente más violentos que antes. Eran tan distintos de los goces corrientes como podía ser la risa de los salvajes frente a la de los occidentales. Los salvajes ríen tan moderadamente como los blancos, pero suelen tener accesos de risa durante los cuales todo su cuerpo se libera con violencia, haciéndolos dar vueltas, agitar en el aire los brazos, sacudir el vientre, el cuello y el pecho, cacareando con un ruido terrible. Simona empezaba por abrir los ojos, con inseguridad, ante alguna escena obscena y triste... Un día, Sir Edmond hizo arrojar y encerrar en un chiquero muy angosto y sin ventanas, a una pequeña y deliciosa puta de Madrid, que cayó en camisón corto en una charca de estiércol líquido bajo las cochinas que gruñían. Una vez cerrada la puerta, Simona hizo que yo la penetrara [78] largo rato, con el culo en el lodo, frente a la puerta, cuando lloviznaba, mientras Sir Edmond se masturbaba.

Se me escapó hipando, se cogió el culo con ambos manos, golpeando con la cabeza contra el suelo, boca arriba; estuvo así unos segundos sin respirar, y con las manos se abría con fuerza el sexo, encajándose las uñas; se desgarró de golpe y se desencadenó por tierra como un ave degollada, hiriéndose con un ruido terrible contra los herrajes de la puerta. Sir Edmond le ofreció su muñeca para que se la mordiera y poder calmar



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