Nazareth Hill by Campbell Ramsey

Nazareth Hill by Campbell Ramsey

Author:Campbell, Ramsey [Campbell, Ramsey]
Format: epub
Published: 2010-03-15T01:46:47+00:00


La Biblioteca Central de Sheffield era la parte gris de una amplia extensión de niebla iluminada por el sol. Mientras Oswald salía del paso subterráneo que cruzaba bajo Arundel Gate, varias decenas de niñas pequeñas vestidas con uniformes casi igual de grises habían sido reunidas por dos monjas en el exterior de la biblioteca para que las sermoneara la más voluminosa de las dos. Autobuses de diferentes tamaños y colores discurrían retumbando sobre el túnel, que les prestaba su grave amplificación, de modo que Oswald se preguntó cómo era posible que aquella suave voz irlandesa se hiriese oír. Contaba con el respeto de las niñas, por supuesto, un respeto basado en la fe en Dios. Mientras las dos primeras niñas sujetaban las puertas para permitir que sus compañeras de clase entraran en fila de a dos y las monjas caminaban al unísono para controlar el paso de la comitiva, se dirigió hacia la oficina de Houseall, pensando y decidiendo. Solo había dado unos pocos pasos cuando una voz lo detuvo.

Acababa de pasar junto a una casa con un umbral cuyo arco remedaba un haz de llameantes rayos petrificados y cuyas ventanas estaban rodeadas por símbolos demasiado ocultistas para su gusto, entre ellos un sol con ocho rayos arácnidos. Había creído que alguien había dejado un saco de desperdicios a la entrada para que se los llevaran, pero ahora vio que no era el viento gélido lo que agitaba el fardo. El montón alzó una cabeza cubierta por un andrajo de lana negra y mostró un rostro que parecía resignado a su cabellera revuelta y descolorida y a su piel fofa, porosa y amarillenta.

—Atención comunitaria —repitió en una voz que era la única razón que permitía a Oswald suponer que era una mujer; asintió con un gesto de la cabeza que hizo temblar sus mejillas en dirección a la taza de plástico que descansaba junto a la manta con la que se cubría.

La mano de Oswald se introdujo en el bolsillo, donde uno de sus dedos se coló en la argolla que llevaba las llaves del piso inferior de Nazarill. Mientras se sacudía la argolla tuvo tiempo de reflexionar.

—Ese es el nombre de la organización para la que pide, ¿no?

Ella asintió de forma enérgica tres veces y luego sacudió la cabeza otras tres con no menos vigor. Hecho esto, enterró su velluda barbilla bajo la manta, desde la que sacó una mano de venas gruesas para señalar al otro lado del enlosado azotado por el viento.

—Fui allí.

Las últimas alumnas estaban atravesando las puertas bajo la supervisión de la segunda monja y Oswald no supo si la mujer hablaba de la biblioteca o el colegio.

—Nos echaron, eso hicieron —dijo ella, sin que resultara evidente a cuál de los dos se estaba refiriendo.

—No me estaba negando a ayudarla —dijo Oswald, al mismo tiempo que encontraba algunas monedas en su bolsillo—. Solo porque una organización la haya dejado tirada no quiere decir que no puede haber otra que haga algún bien, ¿no le parece?

Ella



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