Malas Artes

Malas Artes

Author:Donna Leon
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-02-06T23:00:00+00:00


CAPÍTULO 17

Paola ya dormía cuando él llegó y, aunque abrió los ojos lo justo para preguntar cómo había ido la visita, la vio tan atontada que sólo le dijo que habían hablado. Le dio un beso y fue a ver si los chicos estaban en casa y en la cama. Abrió la puerta de Raffi, después de dar unos discretos golpes y encontró a su hijo tendido boca abajo, despatarrado en una «X» gigante, con un brazo y un pie colgando. Brunetti pensó en la herencia del muchacho: un abuelo que había perdido en Rusia seis dedos de los pies y la moral, y el otro verdugo voluntario de muchachos indefensos. Cerró la puerta y se asomó a la habitación de Chiara, que dormía plácidamente bajo una manta lisa. Ya en la cama, estuvo un rato pensando en su familia, y se durmió profundamente.

Al día siguiente, fue directamente al despacho de la signorina Elettra, a la que encontró sitiada por regimientos de papeles que avanzaban sobre la mesa.

—¿Puedo ver en eso una señal prometedora? —preguntó al entrar.

—¿Qué fue lo que dijo Howard Carter cuando por fin pudo mirar al interior de la tumba? Veo cosas, cosas maravillosas.

—Pero seguro que usted no ve máscaras de oro ni momias, signorina -respondió Brunetti.

Como un crupier que recogiera las cartas, ella se acercó varios de los papeles que tenía a su derecha e hizo un montón.

—Mire esto. He impreso los archivos del ordenador.

—¿Y los estados de cuentas? —preguntó él acercando una silla, donde se sentó.

Ella, con ademán displicente, señaló un montón de papeles de un ángulo de la mesa.

—Es lo que me suponía —dijo con la falta de interés con la que se menciona lo que es evidente—. Ni el banco declaró los depósitos ni los de la Finanza se molestaron en preguntar al banco.

—¿Y eso quiere decir...? —preguntó él, aunque ya se hacía una idea.

—Lo más probable es que la Finanza, simplemente, no se tomara la molestia de cotejar sus ingresos con la relación de las transferencias de fondos que entraban en el país.

—Lo cual significa...

—O negligencia o soborno, diría yo.

—¿Es posible?

—Como ya le he dicho más de una vez, comisario, tratándose de bancos, todo es posible.

Brunetti aceptó su autorizada opinión y preguntó:

—¿Le ha sido difícil conseguirlo?

—Habida cuenta de la encomiable reticencia de los bancos suizos y de la instintiva falsedad de los nuestros, diría que sí, que fue más difícil de lo habitual.

Brunetti, sabedor de la extensa red de amistades de la signorina Elettra, optó por no hacer más preguntas, aunque no podía sustraerse a cierta inquietud cuando pensaba que un día sus fuentes podían pedir información a cambio, y se preguntaba si ella la daría.

—Todo esto son cartas —dijo la signorina Elettra entregándole el montón de papeles—. Las fechas y las cantidades que se indican coinciden con las transferencias hechas con cargo a su cuenta.

Brunetti leyó la primera, dirigida al orfanato de Kerala, en la que la muchacha decía que esperaba que su aportación contribuiría a mejorar las condiciones de vida



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