La Diosa Ciega(c.1) by Anne Holt

La Diosa Ciega(c.1) by Anne Holt

Author:Anne Holt
Language: es
Format: mobi
Tags: Intriga
Published: 2010-04-05T22:00:00+00:00


Era una verdadera preciosidad, además de ser el único artículo de lujo que poseía Wilhelmsen. Al igual que la mayoría de los artículos de lujo, no tenía cabida en el sueldo de una subinspectora, pero gracias a la ayuda de una médica, durante seis meses al año podía sentir la libertad de conducir una Harley—Davidson de 1972. Era rosa. Completamente rosa. Rosa Cadillac, con cromo pulido y relumbrante. En esos momentos la tenía desmontada en el sótano, en un taller con las paredes amarillas y una vieja estufa en un rincón que había conectado a la chimenea de la casa sin pedir permiso a la comunidad de vecinos. En las paredes, estanterías de IKEA con numerosas herramientas; en el estante superior, una televisión portátil en blanco y negro.

Ante sí tenía todo el motor desmontado y lo estaba limpiando con bastoncillos para los oídos. Todo era poco para una Harley. Pensó que aún faltaba demasiado tiempo para que llegara marzo, y el pensamiento le hizo sentir la emoción de la primera excursión del año. Era preciso que hiciera un tiempo estupendo y que hubiera charcos. Cecilie iría montada detrás y el ruido del motor sería constante y abrumador. Si no hubiera sido por la mierda del casco... Años atrás, Hanne había recorrido Estados Unidos de costa a costa, con una cinta en la cabeza en la que ponía «Fuck Helmet laws». Pero en Noruega era policía e iba con casco. No era lo mismo. Se perdía parte de la libertad, parte del placer del peligro, el contacto con el viento y los olores.

Volvió a la realidad y encendió el televisor para ver Actualidad de la tarde. El programa estaba empezado y ya se había caldeado. Unos periodistas habían publicado un libro sobre la relación del Partido Laborista con los servicios secretos y, al parecer, sostenían unas tesis que a unos cuantos les resultaban intragables.

Acusaban a los autores de especular y de aportar afirmaciones no documentadas, de periodismo de aficionados y cosas aún peores, de emponzoñar el éter. El periodista, un atractivo hombre de pelo gris, de unos cuarenta años, respondía con la voz tan calmada que al cabo de pocos minutos Hanne se convenció de que tenía razón. Después de atender durante un cuarto de hora, volvió a ponerse con el motor. Los ventiladores estaban sucios tras usarlos durante una larga temporada.

De repente el programa volvió a captar su atención. El presentador, que parecía estar del lado del autor, planteó una pregunta a uno de los críticos. Quería que el invitado le garantizara que no se realizaba ningún trabajo ni se hacía ninguna compra de material para los servicios secretos sin que el dinero saliera de los presupuestos del Estado. El hombre, un señor gris vestido con un traje gris, abrió los brazos de par en par y lo garantizó sin contemplaciones.

—¿De dónde íbamos a sacar el dinero? —preguntó retóricamente.

Aquello le puso la zancadilla durante el resto del programa, y Hanne siguió con su trabajo hasta que Cecilie apareció en la puerta.



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