La Alternativa Del Diablo by Frederick Forsyth

La Alternativa Del Diablo by Frederick Forsyth

Author:Frederick Forsyth
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-06-05T22:00:00+00:00


El 23 de marzo, más de doscientos cincuenta barcos, primera ola de la flota expectante, estaban atracados en treinta puertos, desde la ensenada del San Lorenzo hasta Carolina, pasando por toda la costa oriental de América del Norte. Aún había hielo en el San Lorenzo, pero los rompehielos lo hacían mil pedazos, mientras los buques de carga avanzaban hacia sus amarraderos próximos a los silos.

Un buen porcentaje de estos barcos pertenecía a la flota rusa «Sovfracht» , pero les seguían en número los de pabellón estadounidense, pues una de las condiciones de la venta había sido que se contratarían cargueros americanos para el transporte de importantes cantidades de grano.

Dentro de diez días zarparían hacia el Este y cruzarían el Atlántico, con rumbo a Arjanguel y Murmansk, en el Ártico soviético, a Leningrado, en la punta del Báltico, y a los puertos de aguas templadas de Odessa, Sinferopol y Novorossisk, en el mar Negro. Pabellones de otras diez naciones se mezclaban con ellos, para efectuar el mayor transporte de cereales realizado desde la Segunda Guerra Mundial. Desde Winnipeg hasta Charleston, las bombas extraían de un centenar de silos dorados chorros de trigo, cebada, avena, centeno y maíz, y los vertían en las bodegas de los barcos con el fin de alimentar, dentro de un mes, a millones de rusos hambrientos.

El 26, Andrew Drake terminó su trabajo en la mesa de cocina de un apartamento de los suburbios de Bruselas y declaró que estaba listo.

Los explosivos habían sido guardados en diez maletas de fibra, y las metralletas, enrolladas en toallas y metidas en mochilas. Azamat Krim llevaba los detonadores, envueltos en algodón, en una caja de cigarros de la que nunca se separaba. Cuando oscureció, transportaron la mercancía a la furgoneta de segunda mano del grupo, con matrícula belga, y emprendieron la marcha hacia Blankenburge.

Cuando trasladaron el equipo a la lancha, amparados en la oscuridad, la pequeña población de veraneo a orillas del mar del Norte estaba silenciosa, y su puerto, virtualmente desierto. Era sábado, y, aunque un hombre que había sacado a su perro a dar un paseo por el muelle advirtió su movimiento, eso no le llamó la atención. Los grupos de aficionados a la pesca que preparaban una excursión de fin de semana eran bastante frecuentes, aunque todavía era un poco pronto y aún hacía frío.

El domingo, 27, Miroslav Kaminsky se despidió de ellos y regresó a Bruselas en la furgoneta. Tenía que limpiar el piso sin dejar el menor rastro, abandonarlo y llevar el vehículo a un lugar previamente establecido de los pólders de Holanda. Allí lo dejaría, con la llave de contacto en un sitio convenido, y tomaría el transbordador para volver a Harwich y Londres. Había aprendido bien el itinerario y confiaba en que podría realizar debidamente su parte del plan.

Los siete hombres restantes salieron del puerto y navegaron tranquilamente costa arriba, para perderse entre las islas de Walcheren y Beveland del Norte, justo más allá de la frontera holandesa. Una vez allí, y con sus aparejos de pesca bien visibles, se detuvieron y esperaron.



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