(Inspector Wexford 17) Simisola by Ruth Rendell

(Inspector Wexford 17) Simisola by Ruth Rendell

Author:Ruth Rendell
Language: es
Format: mobi
Tags: det_police
ISBN: 8447318966
Publisher: R.B.A. Editores
Published: 2001-01-01T00:00:00+00:00


13

Kingsmarkham está en aquella parte de Sussex que en un tiempo fue la tierra de una tribu celta que los romanos llamaban regnenses. Para sus colonos sólo era un lugar agradable donde vivir, bonito de ver y no demasiado frío, con una población indígena considerada únicamente como mano de obra esclava. Los numerosos restos de niñas desenterradas por los arqueólogos en la zona de Pomfret Monachorum sugieren que los romanos practicaban el infanticidio entre los regnenses para mantener una fuerza de trabajo masculina.

Además de este hallazgo macabro, se encontró un tesoro. Nadie sabe cómo esta fortuna en monedas de oro, estatuillas y joyas fue a parar en un campo de cultivo a unos tres o cuatro kilómetros de Cheriton, pero hay pruebas de que una vez se levantó allí una villa romana. Una leyenda un poco romántica dice que la familia que vivía en la casa, al tener que huir, enterró el tesoro en la esperanza de que algún día volverían para recuperarlo. Pero los romanos nunca más volvieron y comenzó la Edad Media.

Este tesoro lo encontró el dueño del campo mientras araba un trozo pequeño, hasta entonces parte de los terrenos donde pastaban las ovejas, con la intención de plantar maíz destinado a engordar a sus faisanes. Fue valorado en poco más de dos millones de libras, de las que recibió la mayor parte. El hombre abandonó su oficio y se fue a vivir a Florida. La estatuilla de oro de una leona amamantando a sus dos cachorros y dos brazaletes de oro, uno con una escena de la caza del jabalí y el otro con un ciervo acorralado, están expuestos en el museo Británico, donde se los conoce como el lote Framhurst.

El resultado fue que alentó a los buscadores de tesoros. Llegaban con sus detectores de metales y trabajaban con paciencia y en silencio durante muchas horas. Desde lejos daban la impresión que limpiaban los matorrales y el valle con aspiradoras. Los campesinos no ponían pegas —casi no había cultivos en la zona— y mientras no hicieran ningún daño ni espantaran a las ovejas, no sólo eran inofensivos sino también una fuente potencial de riqueza. Cualquier buscador con éxito tendría que repartir la mitad del botín con el propietario de la tierra.

Hasta ahora no habían encontrado nada. El tesoro del que habían formado parte la leona y los brazaletes parecía ser el único. Pero los buscadores no cejaban en su empeño y fue uno de ellos, mientras recorría por un sector vecino al lugar preferido, pasando y repasando el detector por un trozo de ladera cubierta de guijarros y piedras, quien encontró primero una moneda y después el cadáver de una muchacha.

Era donde comenzaban las tierras bajas, entre Cheriton y Myfleet. Una angosta carretera blanca, sin vallas, paredes o setos, pasaba entre las estribaciones, y era a unos veinte metros a la izquierda, donde comenzaba la parte boscosa, en el linde de un bosque, donde estaba enterrada. Hacía buen tiempo mientras Colin Broadley pasaba el detector de metales, la tierra estaba húmeda por las últimas lluvias pero no había barro.



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