El Canto Del Elefante. by Wilbur Smith

Author:Wilbur Smith.
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-02-16T00:00:00+00:00

A la mañana siguiente, Daniel volvió a casa de los Hargreave. Michael estaba trabajando, pero Wendy y su personal doméstico le ayudaron a descargar el Landcruiser. Su equipo estaba cubierto por el polvo y la mugre acumulada en seis meses de vivir en la espesura. Entre todos lo limpiaron y volvieron a guardarlo en el vehículo. Descartaron las cosas perecederas, y Daniel hizo una lista de lo que debía reemplazar. Luego estacionó el Landcruiser en el garaje y puso la batería a cargar, a fin de que estuviera lista para su próxima expedición, cuando quiera que fuese.

Cuando Michael volvió a su casa para comer, después de su trabajo en la Alta Comisión, pasó una hora encerrado en su estudio con Daniel. Luego, los tres compartieron una botella de vino, sentados bajo los árboles de manila, junto a la piscina.

—He pasado tu mensaje a Londres —le dijo Michael—. Al parecer, Omeru está allí en estos momentos. El Ministerio de Asuntos Exteriores le advirtió con urgencia, pero no sirvió de mucho, según dicen. Sin datos exactos, y los tuyos eran bastante vagos, el viejo descartó sin más la idea de un golpe. «Mi pueblo me ama. Yo soy su padre», dijo, o algo parecido, y rechazó el ofrecimiento de apoyo de la primera ministra. De cualquier modo, va a abreviar su visita para regresar a Ubomo; tal vez hayamos servido de algo.

—Probablemente lo que hemos hecho es enviarlo directamente a las fauces del león —dijo Daniel, negligente, mientras observaba a Wendy, que llenaba su plato de verduras frescas cultivadas en su propia huerta.

—Probablemente sí —convino Michael, animoso—. Pobre idiota. Hablando de fauces y leones, tengo noticias para ti. He hablado con nuestro hombre de Lilongwe. Tu amigo Chetti Singh está fuera de peligro. El hospital califica su estado de grave, pero estable, aunque hubo que amputarle un brazo. Parece que el leopardo se lo masticó a fondo.

—Lástima que no haya sido la cabeza.

—No se puede tener todo en la vida, ¿verdad? Hay que agradecer las pequeñas mercedes. De cualquier modo, mientras estés en Londres te mantendré informado. ¿Conservas tu apartamento de Chelsea, cerca de la plaza Sloane?

—No es un apartamento —dijo Wendy—, sino una casa de mala fama.

—Tonterías, mujer —la regañó Michael—. Danny es un monje. Nunca hace esas porquerías, ¿verdad? ¿El teléfono sigue siendo el mismo, 730 y no sé qué más? Lo tengo anotado en alguna parte.

—La misma dirección y el mismo teléfono.

—Si surge algo te llamaré.

—¿Qué puedo traerte de Londres cuando vuelva, Wendy?

—Puedes traerme todo lo que haya en las estanterías de Fortnum —suspiró ella—. No, estoy bromeando. Sólo algunos de esos bizcochos especiales que vienen en una lata amarilla. Y un poco de jabón Floris. Y perfume: Fracas. \Ah, y ropa interior de Janet Reger! La misma que trajiste la última vez. Y puesta a pedir, un poco de té inglés de verdad: Earl Grey.

—Tranquila, mujer —dijo Michael—. El chico no es un camello, ¿sabes? No le pidas más de una tonelada.

Esa misma tarde acompañaron a Daniel al aeropuerto para tomar el vuelo de British Airways.

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