DADDY

DADDY

Author:Loup Durand
Language: es
Format: mobi
Published: 2009-07-22T23:00:00+00:00


* * *

Thomas deja al americano comiendo en la cocina, bajo la vigilancia de la señora Cazes, y se desliza afuera. Les gusta la lluvia, sobre todo con esta esclavina sobre los hombros. Huele bien, huele a campo y a tierra mojada.

Se reúne con Émilie en el lugar convenido.

—Vamos.

Uno tras otro, se escurren de construcción en construcción. «Tu padre es muy alto», dice Émilie.

Ahora caminan por el bosque. La granja ha quedado a centenares de metros detrás de ellos. Van trepando. «Muy alto-dice Émilie—. ¿Por qué es americano?» «Porque no es español», dice Thomas. «Yo creía que había una razón más complicada», dice Émilie. Continúan subiendo, aunque esto se hace cada vez más difícil a causa de la pendiente y de las hojas secas, podridas todas, que hacen resbalar, mojadas como están. Y además, los zuecos de madera son pesados; seguramente están muy bien para andar por el barro, pero no para ascender por las montañas. Émilie trepa como una cabra, lo cual pone nervioso a Thomas; la niña parece sentirse muy cómoda y no se cae nunca, mientras que él se ha aplastado dos veces, con las manos y hasta la nariz, sobre las hojas podridas.

—¿Tú has ido a América, Thomas?

—Muchas veces.

—¿Cuántas veces?

—Diecisiete.

—¿En barco?

—No iba a ir a nado.

—¿Es bonita América?

—No está mal-dice Thomas. Está todo sofocado, mientras ella brinca y se vuelve constantemente para esperarle.

Llegan a la cima de la primera montaña y Thomas saca los prismáticos de su esclavina. Pero desde allí no se ve gran cosa, a causa de los árboles.

—Y desde el sitio que me has dicho, ¿se podrá ver?

—Se verá todo.

Siguen una cresta que comienza descendiendo un poco para volver a subir. Thomas calcula que han salido de la granja hace más de una hora, y al fin llegan a unas rocas. Émilie es la primera que se sube a ellas, mostrándole por dónde hay que pasar, y apenas él ha asomado la cabeza puede comprobar que la niña tenía razón: desde allí se ve realmente bien, y hasta muy lejos. Un río transcurre por abajo, quizás a doscientos metros, pero eso no es lo que cuenta. Orienta sus prismáticos y aparece el pequeño pueblo: veinte, treinta casas nada más; cuatro carreteras se reúnen allí. Comprueba en el mapa del americano: todas aquellas carreteras figuran en blanco o en amarillo.

Hay que encontrar al espía del Hombre de los Ojos Amarillos, que debe estar allí, que sólo puede estar allí, puesto que es una encrucijada de cuatro pequeñas carreteras. Seguramente el Hombre de los Ojos Amarillos ha previsto lo que el americano iba a hacer, y lo que ha hecho desde que salieron de Nimes: ir hacia el norte únicamente por las pequeñas carreteras. «Y, por lo tanto, ha colocado espías en los cruces de esas carreteras. Esto no es difícil; no hacen falta diez mil hombres. Hay ocho o diez encrucijadas realmente importantes; eso es todo. Con ocho o diez hombres se pueden vigilar todos los cruces».

—¿Has visto indios en América?

—Está llena.

—¿Con plumas?

—Con muchas plumas.



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