(China Maroc 02) Shan by Eric Van Lustbader

(China Maroc 02) Shan by Eric Van Lustbader

Author:Eric Van Lustbader
Language: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788401496844
Publisher: Plaza & Janés Editores, S.A.
Published: 2011-11-27T00:00:00+00:00


III. FORMACIÓN

VIVARTA

Jiao / Hong Kong / Miami / Kyoto / Moscú Beijing / Washington / Karuizawa

En medio de la tormenta, con el dolor que la embargaba, Qi-lin pensó: Soy un animal. He sido un animal durante meses interminables. Si he de sobrevivir ahora, debo convertirme en un ser civilizado.

Pero esto era más fácil de decir que de hacer. Qi-lin se llevó una mano a la moradura del cuello, que era como el beso ardiente de un vampiro, en el sitio donde había hundido el coronel Hu el pulgar y, en su furia, le había roto la clavícula. Le dolía todo el cuerpo, pero ella estaba acostumbrada al dolor.

El dolor era su amigo, su único compañero constante, mientras que el coronel había querido convencerla de que lo negro era blanco, el amor era odio, el dolor era sentimiento y la comodidad falta de sentimiento; de que la muerte era la vida.

Empleando prona, respiración profunda, recluyó el dolor en un compartimiento específico de su mente, mientras comprobaba el funcionamiento de su brazo. Podía moverlo bien, si no lo levantaba por encima del codo. A más de esta altura, podía sentir el roce de las puntas del hueso fracturado y el brazo se entumecía desde el hombro hasta las puntas de los dedos, lo cual significaba que había un nervio lesionado. Era lo bastante inteligente para comprender que tenía que acudir a un médico.

Esto, pensó, no sería problema. Lo difícil sería eludir sus preguntas.

Pero primero debía ocultarse en el bosque. Necesitaba descansar, pero se daba perfecta cuenta de que era una fugitiva. A pie y con este tiempo, no podría recorrer mucha distancia sin desmayarse.

Sus perseguidores lo sabían y sin duda habían calculado ya un círculo cuyo centro sería el campamento del que ella había huido. Dondequiera que fuese, acabarían por encontrarla. Por consiguiente, la cuestión era no caer en la trampa tratando de anticiparse a ellos. Era mucho mejor tratar de burlarles.

Miró hacia arriba y la lluvia cayó sobre sus temblorosos párpados. Comprendió lo que tenía que hacer. Tenía que usar ambas manos, levantando los brazos por encima de la cabeza. La alternativa era la muerte.

Apretó los dientes y, alzando los brazos, se agarró a una rama. Dejó de tocar el suelo del bosque y trepó entre el follaje del árbol. Se tendió sobre una gruesa rama, tal vez a ciento cincuenta metros del suelo, y sujetándose el brazo dolorido, se sumió en un descanso profundo y sin sueños.

Cuando se despertó, era casi el amanecer. Oliendo el aire, descendió del árbol, balanceándose y medio deslizándose. Oyó voces y se quedó inmóvil, aferrándose al tronco hasta que aquéllas se perdieron a lo lejos. Entonces acabó de bajar y salió de allí lo más rápidamente que le fue posible.

A poco más de dos kilómetros entró en una casa de campo y hurtó alguna ropa y un poco de comida. Sabía que esto equivalía a dejar un rastro que podía ser seguido por los perros, pero no tenía alternativa.

Uniéndose a un grupo de mujeres que



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