Los juegos del hambre by Suzanne Collins

Los juegos del hambre by Suzanne Collins

Author:Suzanne Collins
Language: eng
Format: mobi
Published: 2009-01-01T05:00:00+00:00


Un pájaro que se ha colocado a pocos metros de mí me avisa de que está amaneciendo. Bajo la luz gris de la mañana, me examino las manos: la medicina ha transformado los parches rojo intenso en una suave piel rosa de bebé. La pierna sigue inflamada, porque esa quemadura era mucho más profunda. Le pongo otra capa de pomada y guardo mis cosas en silencio. Pase lo que pase, tengo que moverme deprisa. También me como una galleta y un trozo de cecina, y bebo unas cuantas tazas de agua. Ayer lo vomité casi todo y ya empiezo a notar los efectos del hambre.

Los profesionales y Peeta siguen dormidos en el suelo. Por su posición, apoyada en el tronco del árbol, creo que Glimmer era la encargada de montar guardia, pero el cansancio ha podido con ella.

Aunque entrecierro los ojos para intentar examinar el árbol que tengo al lado, no veo a Rue. Como fue ella la que me dio el aviso, lo justo parece avisarla; además, si muero hoy, quiero que gane ella. Por mucho que signifique algo de comida extra para mi familia, la idea de que Peeta sea declarado vencedor me resulta insoportable.

Susurro el nombre de Rue y los ojos aparecen de inmediato, abiertos y alerta. Me señala de nuevo el nido, yo levanto el cuchillo y hago el movimiento de serrar, y ella asiente y desaparece. Se oye un susurro en un árbol cercano y después en otro más allá; me doy cuenta de que está saltando de un árbol a otro. Apenas logro contener la risa. ¿Es esto lo que les enseñó a los Vigilantes? Me la imagino volando sobre el equipo de entrenamiento sin llegar a tocar el suelo; se merecía por lo menos un diez.

Por el este empiezan a llegar unos rayos de sol rosados, no puedo permitirme esperar más. Comparado con el dolor atroz de la subida al árbol de anoche, esto está chupado; cuando llego a la rama que sostiene el nido, coloco el cuchillo en la ranura. Estoy a punto de serrarla cuando veo que se mueve algo dentro del nido: es el reluciente brillo dorado de una rastrevíspula que sale con aire perezoso a la apergaminada superficie gris. No cabe duda de que está algo atontada, pero la avispa está despierta, lo que significa que las demás saldrán pronto. Me sudan las palmas de las manos a través de la pomada y hago lo que puedo por secármelas en la camisa. Si no termino de cortar la rama en cuestión de segundos, todo el enjambre podría echárseme encima.

No tiene sentido retrasarlo, así que respiro hondo, cojo el cuchillo por el mango y corto con todas mis fuerzas. «¡Adelante, atrás, adelante, atrás!» Las rastrevíspulas empiezan a zumbar y las oigo salir. «¡Adelante, atrás, adelante, atrás!» Noto una puñalada de dolor en la rodilla, y sé que una de ellas me ha encontrado y que las otras se le unirán. «Adelante, atrás, adelante, atrás.» Y, justo cuando el cuchillo llega al final, empujo el extremo de la rama lo más lejos de mí que puedo.



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