La Niebla by Stephen King

La Niebla by Stephen King

Author:Stephen King
Format: mobi
Tags: Fantasy fiction, Fiction, American, Suspense, Fiction - Espionage, Thriller, Horror tales
ISBN: 9789875661240
Publisher: Nuevas Ediciones de Bolsillo
Published: 2006-01-15T05:00:00+00:00


algo más profundo y siniestro que el simple puritanismo lo que la movía. El puritanismo tenía un padre: el hombre primitivo, con sus manos manchadas de sangre.

La Carmody abría ya la boca para añadir algo, cuando un hombre de corta estatura y pulido aspecto, que vestía unos pantalones rojos y una elegante chaqueta deportiva, le dio un bofetón en plena cara. Usaba gafas y el pelo echado hacia la izquierda con una raya trazada con tiralíneas. Tenía, además, el inconfundible aspecto del veraneante.

—Sujete esa mala lengua —le dijo con voz contenida, átona.

La Carmody se llevó la mano a la boca y a continuación nos la mostró en ademán de muda acusación: tenía sangre en los dedos. Los negros ojos, en cambio, parecían bailar, locos de júbilo.

—¡Se lo ha buscado! —exclamó una mujer—. ¡Si no se la hubiese dado él, lo hubiera hecho yo!

—Los de afuera os llevarán a vosotros —dijo la anticuaría, mostrándonos la palma. El hilillo de sangre que brotaba de sus labios le corría en aquel momento por una comisura de la boca como una gota de lluvia por un canalón—. No ahora, tal vez, pero sí cuando oscurezca. Llegarán con la noche y se llevarán a otro. Con la oscuridad, llegarán. Los oiréis acercarse, arrastrándose, reptando. Y, cuando lleguen, le suplicaréis a la Madre Carmody que os diga cómo proceder.

El hombre de los pantalones rojos levantó despacio la mano.

—Venga, pégueme —prosiguió ella, y le obsequió su ensangrentada sonrisa—.

Pégueme si se atreve.

El otro dejó caer la mano y la Carmody se alejó sola. Y entonces sí, Billy se echó a llorar, apoyando la cara en mis piernas como antes hiciera la chiquilla con su padre.

—Quiero irme a casa —dijo—. Quiero ver a mi mamá.

Le consolé lo mejor que pude. Que seguramente no fue muy bien.

La conversación tomó por fin rumbos menos destructivos y apabullantes. Salieron a relucir las lunas del escaparate, a todas luces el punto débil del supermercado. Mike Hatlen preguntó cuántas entradas más había; Ollie y Brown las enumeraron rápidamente: dos puertas de carga, amén de la que Norm había abierto, las puertas de entrada y de salida de la fachada principal, y la ventana de la gerencia (de grueso cristal reforzado y con sólidos cierres).

Aquellas deliberaciones surtieron un. paradójico efecto: al tiempo que nos hacían más conscientes del peligro, conseguía que nos sintiéramos mejor. Le ocurrió incluso a Billy, que me preguntó si podía ir a buscar un caramelo. Le dije que no había inconveniente, siempre y cuando no se acercase a los ventanales.

Cuando el niño se hubo alejado lo suficiente, un hombre que se encontraba junto a Mike Hallen, dijo:

—Bien, ¿y qué vamos a hacer con las lunas? La vieja aquella estará como una cabra, pero podría acertar en lo del ataque nocturno.

—Puede que para entonces se haya disipado la niebla —apuntó una mujer.

—Puede —respondió el otro—. Y puede que no.

—¿Se les ocurre algo? —pregunté a Bud y a Ollie.

—Un momento —dijo el hombre de antes—. Me llamo Dan Miller y soy de Lynn, Massachussetts.



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