El Psicoanalista by John Katzenbach

El Psicoanalista by John Katzenbach

Author:John Katzenbach
Language: eng
Format: mobi
Published: 2003-01-01T05:00:00+00:00


20

Pasó el último día de su vida efectuando preparaciones febriles.

En la tienda de suministros del puerto deportivo compró dos depósitos de veinte litros para combustible de motores fueraborda, del tipo pintado en rojo que va al fondo de un esquife, conectado con el motor. Eligió el par más barato, después de pedir ayuda a un adolescente que trabajaba en la tienda. El muchacho intentó convencerlo de que se llevara unos depósitos un poco más caros que iban provistos de indicador del combustible y de válvula de seguridad, pero Ricky los rechazó con fingido desdén. El chico le preguntó para qué necesitaba dos y Ricky le indicó que uno solo no le bastaba para lo que tenía en mente. Simuló cólera e insistencia, y fue todo lo prepotente y desagradable que pudo hasta el momento en que pagó en efectivo.

Entonces aparentó recordar algo y pidió con brusquedad al adolescente que le mostrara pistolas de bengalas. El muchacho le enseñó media docena y Ricky eligió también la más barata, aunque el dependiente le advirtió que era de muy poco alcance, y tal vez no más de quince metros de altura. Sugirió otros modelos, un poco más caros, de mayor potencia y que proporcionaban más seguridad. Pero Ricky siguió desdeñoso y comentó que sólo esperaba usar la bengala una vez. Luego pagó en efectivo, tras quejarse del precio total.

Ricky imaginó que el adolescente estaría encantado de verlo marchar.

Su siguiente parada fue en una farmacia, donde pidió ver al farmacéutico encargado. El hombre, con una chaqueta blanca y un aire algo oficioso, salió de la trastienda. Ricky se presentó.

–Necesito que me suministre una receta -dijo, y le dio su número de colegiado-. Elavil. Una dosis de pastillas de treinta miligramos para treinta días. Nueve mil mili gramos en total.

El hombre sacudió la cabeza, sorprendido.

–No he suministrado una cantidad así en mucho tiempo, doctor. Y en el mercado hay algunos fármacos nuevos que son mucho más efectivos, con menos efectos secundarios y no tan peligrosos como el Elavil. Es casi una antigualla. Hoy en día apenas se usa. Verá, tengo algo almacenado que todavía no ha caducado, pero ¿está seguro de que lo quiere?

–Por completo -contestó Ricky.

El farmacéutico se encogió de hombros, sugiriendo que había hecho todo lo posible por convencerlo de que se llevara un antidepresivo más eficaz.

–¿Qué nombre debo poner en la etiqueta? – preguntó.

–El mío -indicó Ricky.

Al salir, Ricky se dirigió a una pequeña papelería. Sin prestar atención a las hileras de tarjetas de felicitación para desear una pronta recuperación, dar el pésame, felicitar por el nacimiento de un bebé, por un cumpleaños o por un aniversario que abarrotaban los pasillos, tomó un bloc barato de papel de carta pautado, doce sobres gruesos y dos bolígrafos. En el mostrador, donde pagó, también consiguió sellos para los sobres. Necesitaba once. La joven cajera ni siquiera le miró a los ojos mientras marcaba los precios.

Lanzó todo al asiento trasero del viejo Honda y condujo deprisa por la carretera 6 hacia Provincetown. Esta población, al final del cabo, tenía una relación curiosa con los demás centros vacacionales cercanos.



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