El Intercambio Rhinemann

El Intercambio Rhinemann

Author:Robert Ludlum
Language: es
Format: mobi
Tags: sf_detective
Published: 2011-01-15T23:00:00+00:00


24

—La señora Cameron está aquí por pedido mío, Spaulding. Pase. He hablado con Ballard y el médico. Puntos de sutura sacados y otros nuevos colocados; debe de sentirse como un erizo.

Granville se hallaba detrás de su escritorio barroco, reclinado cómodamente en su silla de respaldo alto. Jean Cameron estaba sentada en el sofá, contra la pared de la izquierda; se veía a las claras que una de las sillas de adelante del escritorio estaba destinada a David. Este resolvió esperar a que Granville lo dijera antes de sentarse. Permaneció de pie; no estaba seguro de que el embajador le gustara. La oficina que se le había destinado se encontraba, por cierto, muy en la parte de atrás y había sido usada como depósito.

—Nada grave, señor. Si lo fuera, se lo diría. —Spaulding hizo una inclinación de cabeza hacia Jean y vio la preocupación de ésta. o por lo menos le pareció leer esa expresión en sus ojos.

—Sería una tontería si no lo hiciera. El médico dice que por suerte el golpe en la cabeza cayó fuera de las heridas anteriores. De lo contrario se hallaría en peor estado.

—Lo asestó un hombre experimentado.

—Sí, entiendo... A nuestro médico no le parecieron gran cosa las suturas que sacó.

—Esa parece ser una opinión médica general. Pero cumplieron su objetivo; y el hombro está muy bien. El lo vendó.

—Sí... Siéntese, siéntese.

David lo hizo.

—Gracias, señor.

—Entiendo que los dos hombres que lo atacaron ayer eran provincianos. No porteños.

Spaulding esbozó una sonrisa breve, de derrota, y se volvió hacia Jean Cameron.

—Ya llegué a porteños. Supongo que provincianos quiere decir lo que dice. ¿La gente de campo? ¿De fuera de las ciudades?

—Sí —respondió la joven con suavidad—. De la ciudad. BA.

—Dos culturas totalmente distintas —continuó Granville—. Los provincianos son hostiles, y con derecho. En verdad son explotados; los resentimientos afloran.

—Pero los provincianos son nativos de la Argentina, ¿verdad?

—Por cierto. Desde su punto de vista, mucho más que los porteños de Buenos Aires. Menos sangre italiana y alemana, para no hablar de la portuguesa, la balcánica y la judía. Hubo oleadas de inmigración, ¿entiende?...

—Entonces, señor embajador —interrumpió David, en la esperanza de frenar otro análisis del diplomático pedagogo—, estos no eran provincianos. Dijeron ser extranjeros. Personas desplazadas, según entendí.

—Extranjero es un término más bien sarcástico. Morbidez invertida. Como si lo emplease un indio de nuestra reserva en Washington. Un extranjero en su propia tierra natal, ¿entiende lo que le digo?

—Esos hombres no eran de la Argentina —dijo David, en voz baja, eludiendo la pregunta de Granville—. Su manera de hablar era acentuadamente extranjera.

—¿Sí? ¿Usted es un experto?

—Sí, lo soy. En estos asuntos.

—Entiendo. —Granville se inclinó hacia adelante—. ¿Adscribe el ataque a asuntos de la embajada? ¿A asuntos aliados?

—No estoy seguro. En mi opinión, el blanco era yo. Me gustaría saber cómo supieron que yo estaba aquí.

Jean Cameron habló desde el sofá.

—Repasé mentalmente todo lo que dije, David. —Se interrumpió por un instante, consciente de que el embajador le había lanzado una mirada al oír cómo usaba el nombre de pila de Spaulding—.



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