Un saco de canicas by Joseph Joffo

Un saco de canicas by Joseph Joffo

Author:Joseph Joffo
Language: es
Format: mobi
Tags: Dramática
Published: 2011-06-08T22:00:00+00:00


El patio está gris y brilla bajo la lluvia. Ya ha empezado el frío y cada mañana el maestro enciende la estufa.

De vez en cuando, mientras yo pienso sobre la solución de un problema de geometría o me muerdo la lengua sobre un mapa de ríos (el Garona y el Ródano son fáciles, pero en mis cuadernos, el Sena y el Loira tienen cierta tendencia a juntarse), él se levanta, va a remover el rescoldo un poco, y una ola de calor más denso viene a envolvernos. El tubo cruza la clase en toda su longitud, y está atado al techo mediante alambres, a este techo sembrado de bolitas de papel secante bien masticadas, bien impregnadas de saliva, que se secan en lo alto y se despegan al cabo de un día o dos causándonos gran alegría.

Con gran ruido de zapatos y de crujidos de banco, nos levantamos. Acaba de entrar el director. Hace un gesto y volvemos a sentarnos. Es un hombre delgado que lleva un pantalón que le llega al esternón. Un día a la semana viene a darnos la lección de canto. Detrás de él, dos alumnos de los mayores traen un armonio y lo instalan junto a la mesa. Es como un piano pequeño con una palanca en el costado. Se aprieta y sale un sonido chillón, particularmente desagradable.

El director nos mira.

—Vamos a ver si mejoráis. Camerini, sal a la pizarra, y haz un pentagrama y una bonita clave de sol.

Empieza la lección. No se me da muy bien, y mezclo las notas: las de abajo sé conocerlas, pero así que la blanca o la negra sube más allá de la línea del la, empiezo a perder los estribos.

—Y ahora vamos a ensayar nuestra canción. Espero que cantéis de todo corazón. Para que lo recordéis pediré a François que lo cante una vez él solo.

François es sin duda el gamberro perfecto. Va manchado de tinta hasta los codos, tiene una mirada que parece burlarse del lucero del alba y raramente sale del colegio con los demás. Se queda castigado todos los días, y si algún día cruzara la puerta a las cuatro y media, él sería el primero en sorprenderse.

No obstante, François es el mimado del director, porque François posee una voz maravillosa. Aquel rey de los alborotadores, aquel campeón de tiro de gomas, aquel recordman de las copias, tenía la más hermosa voz de soprano que jamás he oído. Cuando cantaba en el patio, me olvidaba de mi partido de fútbol, y por lo demás, él comerciaba hábilmente con su talento. Soltaba su canción a cambio de plumas, rollos de regaliz y otros dones.

—Adelante, François, cuando quieras.

En medio del silencio total, se levanta la voz pura de François:

«Allons, enfants de la patrie-ie...»

Nosotros escuchamos admirados. Tendría que durar siempre, pero la voz llega al fin.

El director levanta las manos como un director de orquesta.

—Atención, ahora todos juntos.

Nosotros cantamos de todo corazón, sabemos que no se trata de una simple clase de canto, que a través de la letra se intenta transmitirnos algo.



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