Reyes Malditos 1. El rey de hierro by Maurice Druon

Reyes Malditos 1. El rey de hierro by Maurice Druon

Author:Maurice Druon
Format: mobi
Published: 2010-11-30T19:27:30.343000+00:00


V

LA RUTA DE NEAUPHLE

Lo despertó una mano que se posó suavemente sobre su hombro. Estuvo a punto de cogerla y apretarla contra su mejilla...

Abriendo un ojo, vio ante sí la abundante pechera y el rostro sonriente de doña Eliabel.

-¿Habéis dormido bien, señor?

Era claro día. Guccio, un tanto confuso, aseguró que había pasado la mejor noche del mundo y que tenía prisa por asearse y vestirse.

-¡Me avergüenza verme así delante de vos! – dijo.

Doña Eliabel llamó al labriego cojo que había servido la mesa la noche anterior, y le ordenó que avivara el fuego y trajera un cuenco de agua caliente y algunas “telas”, es decir, toallas.

-Antaño teníamos en el castillo una buena estufa, con una habitación de baños y otra para sudar – dijo ella -, pero se caía a pedazos, pues databa de los tiempos del abuelo de mi difunto y nunca tuvimos bastante para ponerla en buen estado. Ahora sirve para guardar la leña. ¡Ah, la vida no es fácil para nosotros, la gente del campo!

“Ya comienza a trabajar por el crédito”, se dijo Guccio.

Tenía la cabeza algo pesada por el vino de la víspera. Preguntó por Pedro y Juan de Cressay. Habían salido de caza al alba. Con mayor vacilación inquirió por María. Doña Eliabel explicó que su hija había debido ir a Neauphle a efectuar algunas compras para la casa.

-Yo voy a salir para allá ahora mismo – dijo Guccio -. De haberlo sabido, la hubiera conducido en mi caballo y le habría evitado la pena del camino.

Guccio se preguntó si la castellana no había alejado deliberadamente a su gente, para quedar a solas con él. Tanto más que cuando el cojo trajo la vasija, de cuyo contenido derramó un buen tercio sobre el piso, doña Eliabel no se movió de la pieza y se puso a calentar las “telas” ante el fuego. Guccio aguardaba a que se retirara.

-Lavaos, mi joven señor – dijo ella -. Nuestras criadas son tan torpes que os arañarían al secaros. Y lo menos que puedo hacer es ocuparme de vos.

Tartamudeando fraces de agradecimiento, Guccio se decidió a desnudarse hasta la cintura, y evitando mirar a la dama, se roció con agua tibia la cabeza y el torso. Era bastante delgado, como es frecuente a su edad, pero bien formado en su pequeña talla. “Menos mal que no ha hecho traer una cuba; a lo mejor hubiera tenido que meterme de cuerpo entero y desnudo ante sus ojos. Esta gente del campo tiene maneras muy curiosas.”

Cuando hubo terminado, ella se le acercó con las toallas calientes y se puso a secarlo. Guccio pensaba que partiendo en seguida y a galope, todavía podría encontrar a Maria por el camino de Neauphle o en el burgo.

-¡Qué hermosa piel tenéis, señor! – dijo de pronto doña Eliabel con voz un poco temblorosa -. Muchas mujeres podrían envidiar esta suavidad... e imagino que habrá muchas que la apetezcan. Este hermoso color moreno ha de parecerles agradable.

Al mismo tiempo le acariciaba la espalda con la punta de los dedos a lo largo de las vértebras.



Download



Copyright Disclaimer:
This site does not store any files on its server. We only index and link to content provided by other sites. Please contact the content providers to delete copyright contents if any and email us, we'll remove relevant links or contents immediately.