Las horas del alma by Cabrera Vivanco Ana

Las horas del alma by Cabrera Vivanco Ana

Author:Cabrera Vivanco, Ana [Cabrera Vivanco, Ana]
Format: epub
Tags: General Interest
Published: 2010-04-10T12:42:51+00:00


Sólo Ángela y Sabina se mostraron inconformes al mudarse. A Ángela el nuevo apartamento le parecía una heladera. Todo frío, pulido, niquelado. En la terraza, cuando se abrían las corredizas puertas de cristales, batía un viento de ciclón. Cierto que la vista era hermosa y abarcaba el Malecón, pero fuera del mar, nada había que captara su interés. Los vecinos vivían a puerta cerrada, celosos de su privacidad. Ni un ruido llegaba del exterior. El silencio helaba los pulmones del edificio y producía escalofríos. Sabina, por su parte, extrañaba su selvático albedrío. Añoraba la casona de su infancia, con sus columnas enormes y monumentales escaleras por cuyos pasamanos podía deslizarse. Lo que más echaba en falta eran sus excursiones a la azotea de Juliana donde quedaron sus amigos. Sin embargo, se veían con frecuencia. Liena venía a menudo con Eusebia y otras era Sabina quien se escapaba a visitarla. Habían renunciado a los retozos infantiles, considerándose demasiado crecidas para jugar a los disfraces. Dedicaban las tardes a charlar en la terraza crujiendo rositas de maíz y tomando cocacola o ironbeer en vez de limonada. Muchas veces bajaban a la cafetería y allí se encontraban con Joaquín dando vueltas en una banqueta giratoria frente al reluciente mostrador. Pocas veces subía a visitarla, pero cuando decidía hacerlo, la noche se cerraba sobre el mar antes de interrumpir aquella plática que mantenía a Sabina aletargada en la butaca de mimbre, con las piernas cruzadas mostrando al descuido más allá de lo conveniente. Joaquín ni parecía notarlo; ensimismado en su tema preferido, aplastaba en el cenicero una colilla tras otra y hablaba de un mundo justo, donde no existiría la explotación del hombre por el hombre y cada cual recibiría según su capacidad y según su trabajo. «No habrá ricos como tú ni pobres como yo. No habrá más hambre ni miseria. Todo será repartido a partes iguales. Todo eso no lo he inventado yo, Sabina. Está en los libros. Para conseguirlo tendremos que luchar, y hasta dar nuestra sangre si fuese necesario.»



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