El Quinto En Discordia by Robertson Davies

Author:Robertson Davies
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-12-14T23:00:00+00:00

7

Volví a Deptford en cuanto tuve ocasión, con la excusa de pedir consejo al señor Mahaffey sobre el aprovechado que me había comprado el Banner y que todavía me debía más de la mitad del precio convenido. El juez me aconsejó que tuviera paciencia, pero yo obtuve lo que deseaba: la dirección de la tía con la que se había marchado la señora Dempster tras la muerte de su esposo. La mujer no resultó ser una viuda, como decía Milo Papple, sino una solterona, la señorita Bertha Shanklin, y vivía en Weston. Mahaffey me dio la dirección sin preguntar por qué la quería.

—Fue un mal asunto —dijo él—. Parecía una buena persona, y luego... ¡se volvió loca! Y todo por aquella bola de nieve. Supongo que no tienes idea de quién pudo tirarla, ¿verdad? No, supongo que no, o lo habrías dicho antes. Sin embargo, hubo un culpable; indudablemente hubo un culpable. No sé qué se podría haber hecho, pero mira las consecuencias. McCausland dice que se convirtió en una minusválida moral, sin sentido del bien y del mal, y que el terrible asunto de la cantera fue el resultado. Recuerdo que tú estuviste allí. Fue la ruina de su esposo. Y luego se escapó su hijo cuando sólo era un niño. Nunca he visto mayor desesperación que la de Mary Dempster cuando por fin comprendió que se había marchado. McCausland tuvo que inyectarle una fuerte dosis de morfina para que la señorita Shanklin se la pudiera llevar. Sí, hubo un culpable, aunque no sé si se lo habría podido acusar de algo. ¡Hubo un culpable, y alguien sigue llevando esa carga!

La vehemencia del anciano, y su forma de observarme bajo sus pequeñas y muy sucias gafas, no me dejaron duda alguna de que pensaba que yo sabía más de lo que reconocía, y que incluso podía ser el culpable en persona. Pero no me pareció que tuviera sentido decirle nada; todavía sentía rencor contra Boy por lo que hizo, pero también recordaba que la señorita Dempster no habría recibido el golpe si yo no hubiera sido tan taimado. Estaba ansioso por considerar todo el asunto como un simple accidente, agua pasada.

No obstante, aquella conversación revivió mi intenso sentido de culpa y de responsabilidad hacia Paul; la guerra y mi vida adulta habían apagado el fuego, pero quedaban las brasas. Como consecuencia, hice algo realmente estúpido: visitar al padre Regan, que todavía era el cura católico de Deptford.

Nunca había hablado con él, pero deseaba tener una conversación confidencial con alguien, y yo tenía la idea protestante de que los sacerdotes son discretos y saben más de lo que dicen. Más tarde me di cuenta de mi error, pero en aquel momento necesitaba a alguien que estuviera en Deptford sin formar parte, totalmente, de la vida del pueblo, y me pareció que él era la persona adecuada. Por tanto, quince minutos después de despedirme del juez me encontraba en casa del párroco, aspirando el olor a sopa y sentado en una

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