El Manifiesto Negro(v.1)

El Manifiesto Negro(v.1)

Author:Frederick Forsyth
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-04-09T22:00:00+00:00


8

Alguien que estaba en un restaurante cerca de donde había tenido lugar el asesinato oyó gritar a la mujer y, tras mirar afuera, marcó el 03 en el teléfono del local para llamar a una ambulancia.

Los enfermeros pensaron que se trataba de un paro cardíaco hasta que vieron los orificios de bala en la pechera de la chaqueta cruzada y la sangre que había debajo. Llamaron a la policía mientras la ambulancia se dirigía al hospital más próximo.

Una hora después el inspector Vassili Lopatin de la brigada de homicidios contempló taciturno el cadáver tendido en una camilla de la unidad de traumatología del hospital Botkin, mientras el cirujano del servicio de noche se quitaba los guantes de goma.

—No hay nada que hacer — dijo el cirujano— . Una sola bala directa al corazón, y a quemarropa. Aún está dentro. La tendrá cuando le practiquen la autopsia.

Lopatin asintió. Pues qué bien. En Moscú había pistolas suficientes como para rearmar a todo el ejército y las posibilidades de encontrar el arma homicida, por no hablar de su propietario, eran prácticamente nulas, y él lo sabía. En el bulevar Kiselny había verificado que la mujer que había presenciado el asesinato brillaba por su ausencia. Al parecer había visto a dos asesinos y un coche.

En la camilla, la barba roja color jengibre apuntaba hacia arriba desde el pálido y pecoso cuerpo. La expresión de la cara era de suave sorpresa. Un enfermero cubrió el cadáver con una manta verde haciendo desaparecer el fulgor de aquellos ojos que ya no podían ver.

El cuerpo estaba desnudo. Sobre una mesilla reposaba la ropa del muerto y en una batea metálica varios efectos personales. El detective se aproximó y cogió la chaqueta, mirando la etiqueta de la parte interior del cuello. Palideció. Era un extranjero.

—¿Sabe qué pone aquí? — le preguntó al cirujano.

El médico examinó la etiqueta bordada en la chaqueta. — Landau — leyó despacio y, bajo el nombre del sastre— :Bond Street.

—¿Y aquí? — Lopatin señaló la camisa.

—Marks Spencer — leyó el cirujano— . Es de Londres — añadió servicial—. Creo que Bond Street también.

Hay más de veinte palabras en ruso para designar los excrementos humanos y las diferentes partes de los genitales masculinos y femeninos. Lopatin las repasó mentalmente todas. «Un turista inglés, santo Dios. Un atraco que se complica, y tiene que pasarle a un turista inglés.»

Revisó los efectos personales. No había demasiado. De calderilla nada, por supuesto; las monedas rusas habían perdido hacía tiempo todo su valor. Un pañuelo blanco pulcramente doblado, una pequeña bolsa de plástico, una sortija con sello y un reloj. Supuso que la mujer al gritar había impedido que los ladrones le quitaran el reloj de la muñeca izquierda o la sortija del dedo meñique.

Pero nada facilitaba una identificación. Y no había cartera.

Volvió a las prendas de vestir. Los zapatos llevaban la palabra «Church» en la plantilla; eran típicos zapatos negros con cordones. Los calcetines, gris oscuro, no tenían inscripción, pero las palabras Mark Spencer aparecían nuevamente en los calzoncillos.



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