El arte de conducir bajo la lluvia by Garth Stein

El arte de conducir bajo la lluvia by Garth Stein

Author:Garth Stein
Language: es
Format: mobi
ISBN: 9788483650783
Publisher: Suma de Letras
Published: 2011-03-12T23:00:00+00:00


Capítulo 27

Pasaron seis meses, y Eve seguía viva. Los meses fueron siete. Después, ocho. El primero de mayo, los Gemelos nos invitaron a Denny y a mí a cenar, lo que era inusual, porque era lunes y yo nunca lo acompañaba en sus visitas de días entre semana. Nos quedamos de pie, incómodos, en la sala de estar, con su cama de hospital vacía, mientras Trish y Maxwell preparaban la cena. Eve no estaba a la vista.

Me interné en el pasillo para investigar y me encontré a Zoë jugando sola y en silencio en su dormitorio. La habitación que Zoë tenía en casa de Maxwell y Trish era mucho más grande que la de la nuestra, y estaba llena de todas las cosas que una niñita pueda desear: muñecas y juguetes, ropa de cama con puntillas y nubes pintadas en el techo. Absorta en su casa de muñecas, no me vio entrar.

Vi unos calcetines enrollados en el suelo. Debían de haberse caído del montón de ropa limpia que había sobre su cómoda. Los tomé y los deposité, juguetón, a los pies de Zoë. Los moví con el morro antes de dejarme caer sobre los codos, con las patas traseras levantadas y el rabo erguido. Estaba diciendo «¡juguemos!» en el lenguaje universal de signos. Pero me ignoró.

Así que volví a intentarlo. Tomando los calcetines, los tiré al aire y los golpeé con el hocico antes de atraparlos y depositarlos a los pies de Zoë. Estaba listo para el apasionante juego de Enzo-busca. Ella no. Apartó los calcetines con el pie.

Ladré, expectante, en un último intento. Se volvió y me miró, seria.

—Ése es un juego de bebés —dijo—. Ahora tengo que ser grande.

Mi pequeña Zoë. Grande a tan corta edad. Qué triste.

Decepcionado, fui con lentitud a la puerta, mirando a Zoë por encima del hombro.

—A veces pasan cosas malas —se dijo a sí misma—. A veces las cosas cambian y nosotros también debemos cambiar.

Repetía palabras ajenas, y no sé si las creía, si las entendía siquiera. Quizá las estuviese memorizando con la esperanza de que ocultaran alguna clave sobre su incierto futuro.

Regresé a la sala de estar y esperé con Denny hasta que, al fin, Eve emergió del pasillo al que daban dormitorios y cuartos de baño. La enfermera que se pasaba el día tejiendo obsesivamente con unas agujas de metal cuyos chirridos y golpeteos me enloquecían la ayudaba a caminar. Eve brillaba. Iba enfundada en un hermoso vestido largo, azul oscuro, muy bien cortado. Llevaba la bella sarta de pequeñas perlas de agua dulce japonesas que Denny le regalara para su quinto aniversario de bodas. Estaba maquillada a la perfección, y el cabello, que le había crecido lo suficiente como para poder hacerle alguna clase de peinado, iba muy bien arreglado. Estaba radiante. Aunque necesitaba ayuda para andar, lo hacía como una modelo en la pasarela y Denny la aplaudió de pie.

—Hoy es el primer día que no estoy muerta —dijo Eve—. Y vamos a festejarlo.

Vivir cada día como si se lo hubiésemos arrebatado a la muerte.



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