Creacion by Gore Vidal

Creacion by Gore Vidal

Author:Gore Vidal
Format: mobi
Published: 2010-11-29T18:57:09.800000+00:00


2

Como había explorado un mundo del que nadie en la corte había oído hablar ni, mucho menos, había visto, pensé que mi retorno causaría bastante revuelo e imaginé que me convertiría en centro de atracción. Había algo que yo debía haber sabido. A la corte, lo único que le interesa es la corte. Mi ausencia no había sido advertida, y mi regreso fue ignorado.

En cuanto a Fan Ch'ih, su aspecto físico hacía reír a la gente. Afortunadamente, él no se preocupaba.

—También a mí ellos me parecen raros —observó con serenidad—. Y huelen muy mal, como a ghee rancio. Supongo que eso se debe a que son muy velludos. —Como los cuerpos de los amarillos de Catay prácticamente carecen de vello, tienen un olor muy curioso, como a naranjas hervidas.

Me presenté en la primera sala de la cancillería. Nada había cambiado allí. Fui enviado a la segunda, donde los mismos eunucos, ante las mismas mesas, hacían cuentas o escribían cartas en nombre del Gran Rey, dirigiendo los tediosos asuntos del imperio. El hecho de que yo hubiese estado en la India no les interesó en absoluto. Un vicechambelán me dijo que posiblemente el Gran Rey me recibiera muy pronto, en audiencia privada. Pero... La corte persa era eternamente igual a sí misma.

Tampoco Lais había cambiado.

—Se te ve mucho mayor —dijo. Luego nos abrazamos. Como de costumbre, no me preguntó nada acerca de mí mismo. Tampoco le interesaba la India.

—Debes ir a ver a tu viejo amigo Mardonio. Inmediatamente. Es el hombre más poderoso de la corte.

Lais sentía el poder exactamente como una vara de rabdomante que se inclina al detectar la más mínima humedad bajo la tierra.

—Darío lo adora. Atosa está furiosa. ¿Pero qué puede hacer?

—¿Quizás envenenarlo? —sugerí.

—Lo haría si lo creyera posible. Pero yo le repito que Mardonio no constituye ninguna amenaza. ¿A quién puede amenazar? Él no es el hijo del rey. «A veces un sobrino hereda. Ya ha ocurrido», dice ella. Este año ha perdido cuatro dientes. Se le cayeron. Pero si no le entiendes lo que dice, no se lo hagas saber. Finge haber comprendido cada palabra. Es muy vanidosa, y odia tener que repetir. ¿Te gusta el palacio de Jerjes?

Estábamos en el terrado de las habitaciones de Lais en el palacio nuevo. Hacia el norte, más allá del zigurat, se alzaba, espléndida y dorada, la construcción de Jerjes.

—Sí; lo poco que he visto. Sólo he estado en la cancillería.

—El interior es hermoso. Y cómodo. A Darío le gusta tanto que el pobre Jerjes tiene que venir aquí cuando la corte se establece en Babilonia, lo cual es cada vez más frecuente —Lais bajó la voz—. Darío está viejo. —Me miró con su mirada secreta de bruja. En su mundo, nada es natural. Si Darío había envejecido, no era por la tarea natural del tiempo, sino a causa de algún hechizo o poción mágica.

El antiguo eunuco de Lais apareció en la puerta, con un ruido de vestiduras que se rozan. La miró. Me miró. Volvió a mirarla. Se marchó.



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