Reyes Malditos 4. La ley de los varones by Maurice Druon

Reyes Malditos 4. La ley de los varones by Maurice Druon

Author:Maurice Druon
Format: mobi
Published: 2010-11-30T19:27:31.216000+00:00


IV

«Puesto que es necesario decidirnos por la guerra...»

Nadie se explicó, y menos Gaucher de Châtillon, el cambio de Felipe en los asuntos del Artois. El regente, desaprobando de pronto a sus enviados, declaró inaceptable la conciliación que habían preparado y exigió la redacción de nuevos acuerdos más favorables á Mahaut. El resultado no se hizo esperar. Se rompieron las negociaciones, y quienes las llevaban en nombre del Artois, que representaban el elemento moderado de la nobleza, se unieron en seguida al clan de los exaltados. Su indignación era grande; el condestable los había engañado vilmente, su único recurso era la fuerza.

Triunfaba el conde Roberto.

—¿No os había dicho que no se podía tratar con esos felones? -repetía a todos. Seguido de su ejército de insurgentes, marchó de nuevo sobre Arrás. Gaucher,

que se encontraba en la ciudad con sólo una pequeña escolta, apenas tuvo tiempo de huir por la puerta Péronne, mientras Roberto entraba por la puerta Saint-Omer a banderas desplegadas y al son de trompetas. Por un cuarto de hora no cayó en sus manos el condestable de Francia. Esta aventura ocurría el 22 de septiembre. El mismo día, Roberto dirigía a su tía la carta siguiente:

A la muy alta y noble señora Mahaut de Artois, condesa de Borgoña, de Roberto de Artois, caballero. Como os habéis arrogado injustamente mi derecho al condado del Artois, lo cual mucho me perjudica y todos los días me pesa, y no estando dispuesto a tolerarlo más, por ésta os hago saber que voy a poner las cosas en orden y a recuperar mi bien lo antes que pueda.

Roberto no tenía mucha facilidad para redactar, los matices no eran su fuerte; pero él estaba muy satisfecho con su epístola, ya que expresaba perfectamente lo que quería decir.

El condestable, cuando llegó a París, no mostraba un talante muy risueño y no se mordió la lengua ante el conde de Poitiers. La persona del regente no le intimidaba; había visto nacer a aquel joven y mojar los pañales. Le habló con toda claridad, y le dijo que era una forma desconsiderada de tratar a un servidor y fiel pariente que llevaba veinte años mandando los ejércitos del reino, enviarlo a pactar sobre seguridades que luego no se cumplían.

—Hasta ahora, monseñor, me consideraban hombre leal, cuya palabra no podía ponerse en duda. Vos me habéis hecho desempeñar el papel de embustero y de ladrón. Cuando apoyé vuestro derecho a la regencia, pensaba encontrar en vos algo de mi rey, vuestro padre, a quien dabais muestra de pareceros. Veo que me equivoqué cruelmente. ¿Tanto habéis caído bajo tutela de mujer que cambiáis de opinión como de cota?

Felipe se esforzó en calmar al condestable, acusándose de haber juzgado mal, desde un principio, el asunto, y de haber dado instrucciones erróneas. De nada servía transigir con la nobleza del Artois mientras Roberto no fuera abatido. Roberto constituía una amenaza para el reino, y un peligro para el honor de la familia real. ¿No era él el instigador de aquella campaña de calumnias que señalaba a Mahaut como la envenenadora de Luis X?

Gaucher se encogió de hombros.



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