Paloverde by Jacqueline Briskin

Author:Jacqueline Briskin
Language: es
Format: mobi
Tags: religion
ISBN: 9788401370809
Published: 1977-12-31T23:00:00+00:00

10

La lámpara, cubierta por un paño, proyectaba alargadas sombras. Reinaba la calma que precede al amanecer, cuando los grillos y las ranas permanecen en silencio, cuando la resistencia y la energía humanas descienden a su nivel más bajo y acecha la muerte.

Bud y Amélie observaban el sueño de Tessa. Su pequeño pecho subía y bajaba alternativamente. Su aliento llegaba en fétidos y convulsos jadeos. Rebulló, estirándose del emplasto que le rodeaba el cuello. Sus ojos se abrieron, llenos de temor. Amélie la cogió, soltó la franela y empezó a pasear con ella en brazos, acariciándole la espalda. Bud entró en la cocina, donde la enfermera Lenz tenía siempre un puchero de agua hirviendo en el fogón. Volvió con otro recipiente desinfectante y cogió a la niña.

El frágil cuerpecillo se puso rígido de pronto. Un paroxismo se apoderó de ella. Se le arqueó el cuello. Le rodaron los ojos hasta quedar sólo visibles las blancas escleróticas. Sus brazos se movían débilmente como alas rotas.

Bud y Amélie se miraron brevemente. No era necesario decir nada. Era la fase final. Aquello era lo que había matado a su hermana menor. La membrana de la garganta de Tessa se había cerrado.

Amélie corrió a la salida, donde la enfermera Lenz, completamente vestida, yacía en un catre nuevo. Amélie sacudió a la mujer hasta despertarla.

— ¡Enfermera, enfermera!

La mujer se incorporó al instante.

— ¿Ha ocurrido?

—Sí. Llame al doctor Marsh. ¡Deprisa!

Con más rapidez de la que parecía posible para una persona de su corpulencia, la enfermera se había puesto las botas, echado sobre los hombros la capa de su uniforme y salido a la oscuridad.

Cuando Amélie regresó a la habitación de la niña, Bud estaba sentado con Tessa sobre su regazo y con la boca apoyada en la de ella. Estaba intentando succionarle la membrana.

Amélie retiró la toalla que cubría la lámpara.

— ¡Bud! ¡Se ha puesto azul!

Bud levantó la cabeza de la forcejeante y jadeante niña.

—No es posible que el doctor Marsh llegue aquí antes de quince minutos. ¡Oh, Dios mío, Bud! Dentro de quince minutos habrá muerto. ¿Bud?

Él comprendió su no formulada pregunta. La última y desesperada posibilidad de la difteria: practicar una incisión en la tráquea de la niña. Mientras se miraban el uno al otro, el áspero gorgoteo que sonaba en el pecho de Tessa les aisló del pasado y del futuro. No existía más que aquel momento de decisión. Mi hermana murió, pensó. Pero nadie sobrevive sin intentarlo.

—Tráeme mi navaja —dijo, con voz serena.

Amélie corrió al cuarto de baño, mientras Bud llevaba a Tessa a la cocina y la depositaba sobre la fregada mesa. Le costaba sujetar a la convulsa niña. Poseía la escurridiza fuerza de un pez sacado a tierra. También ella había sido arrebatada a su elemento. Incapaz de aspirar aire, se estaba ahogando en sus propios líquidos pulmonares.

Amélie le tendió el estuche de las navajas.

—Coge una —ordenó él—. Sumerge la hoja en agua hirviendo.

Ella fue a la cocina y levantó la tapa del puchero de agua. Brotó una columna de vapor.

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