Los guardianes del libro by Geraldine Brooks

Los guardianes del libro by Geraldine Brooks

Author:Geraldine Brooks
Language: es
Format: mobi
ISBN: 9788498672954
Publisher: RBA Libros
Published: 2008-01-01T00:00:00+00:00


Vistorini se llevó el vaso a los labios; el vino con que le había obsequiado el judío no estaba mal. No recordaba haber bebido antes vino kosher. Dio otro trago. No estaba mal, nada mal.

Tan pronto como el censor hubo depositado el vaso sobre la mesa, el judío tomó el odre y se lo volvió a llenar. Vistorini notó con satisfacción que era un odre de gran tamaño, y que el judío apenas había probado su licor, que fulguraba rojizo con la luz del crepúsculo. Tendría que alargar todo lo posible el asunto, eso sería lo más inteligente, porque cuando oyera lo que iba a decirle, el judío se marcharía y, lo más seguro, se llevaría el vino.

—Este libro que me habéis traído... ¿Hay muchos como éste escondidos bajo las piedras de vuestro gueto?

—Ninguno que yo haya visto. En verdad, dudo que muchos libros como éste, de la comunidad de Sefarad, hayan sobrevivido.

—¿A quién pertenece?

Aryeh había previsto esa pregunta y estaba aterrorizado. No podía traicionar a Reyna de Serena.

—A mí —mintió.

Aryeh tenía la intención de exprimir hasta la última gota de amistad —real o fingida— que aún existiese entre el sacerdote y él.

—¿Es vuestro? —la ceja del sacerdote se arqueó escéptica.

—Lo obtuve de un mercader que llegó aquí desde Apulia.

Vistorini rió brevemente.

—¿De veras? ¿Vos, que siempre os lamentáis de vuestra pobreza, pudisteis permitiros comprar un códice tan refinado como éste?

La mente de Aryeh pensó a toda velocidad. Podía decir que lo había recibido a cambio de un servicio, pero eso resultaría difícil de creer. ¿Qué servicio podía brindar un rabino que fuera de tanto valor? Pero puesto que lo que tenía más presente era su propio pecado, soltó lo primero que le vino a la mente.

—Se lo gané a un mercader en un juego de azar.

—¡Qué apuesta más extraña! Me sorprendéis, Judah. ¿A qué jugasteis?

El rabino se sonrojó. La conversación estaba acercándose demasiado a la verdad.

—Al ajedrez.

—El ajedrez no es un juego de azar, precisamente.

—Veréis... El mercader tenía una idea un poco exagerada de sus habilidades, y por eso se arriesgó a apostar el libro. Así que podría decirse que, en este caso, el ajedrez es un juego de azar.

El sacerdote volvió a reír, esta vez deleitado de verdad.

—Cuando llevo tiempo sin veros, me olvido de ese pico de oro que tenéis.

Vistorini dio otro largo trago de vino. Ya sentía más afecto por el judío. Pero ¿qué fue lo que le había irritado tanto en su último encuentro? No conseguía recordarlo con claridad. La verdad, era una pena tener que desilusionar al pobre hombre.

—Me alegro de que lo hayáis obtenido de ese modo... porque lo que fácil viene, fácil se va.

Aryeh se incorporó, rígido, en su silla.

—¿No estaréis insinuando que...? No estaréis diciendo que no aprobaréis el libro...

Vistorini se inclinó sobre el escritorio y apoyó la mano sobre el hombro del rabino. No era común que un sacerdote tocara a un judío por voluntad propia.

—Lamento tener que decíroslo, pero así es. Éste es, precisamente, el caso.

Aryeh se sacudió del hombro la mano del sacerdote y se levantó, aguijoneado por la ira y la incredulidad.



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