Clochemerle by Gabriel Chevalier

Clochemerle by Gabriel Chevalier

Author:Gabriel Chevalier
Language: es
Format: mobi
Tags: Narrativa satírica humor
Published: 2010-10-05T23:00:00+00:00


Capítulo doce

Intervención de la baronesa

Frente a la casa parroquial, la baronesa Alphonsine de Courtebiche se apeó de una chirriante "limousine", alta sobre las ruedas como un faetón. Era un automóvil que databa de 1911, parecido a una carroza ducal sacada de una cochera y vigorizada con el aditamento de un motor extravagante. En otras manos que las de su viejo chófer, aquel armatoste, que era una detestable galera, hubiera sido el hazmerreír de todo el mundo. Pero aquel polvoriento y anticuado carromato, además de que ostentaba portezuelas con blasones, cuando transportaba un cargamento de Courtebiche demostraba, al contrario, que la posesión de las más recientes creaciones de la mecánica es cosa privativa del vulgo enriquecido y que de ningún modo podía ponerse en ridículo una casta que puede gloriarse de un árbol genealógico que data del año 960 e ilustrado en muchos sitios por bastardos nacidos de un halagador capricho del monarca hacia ciertas mujeres de la augusta descendencia. La vetustez del automóvil corría parejas con el espacioso castillo almenado que dominaba todo el lugar.

La baronesa bajó la primera del coche y a continuación lo hicieron su hija, Estelle de Saint-Choul, y su yerno, Oscar de Saint-Choul. Luego, un poco incomodada por tener que visitar a ese "pobre cura de pueblo", como llamaba ella a Ponosse, llamó repetidamente a la puerta de la casa parroquial. Sin embargo, no es que pusiera en duda el poder espiritual de Ponosse. Desde que la baronesa vivía retirada del mundo, solía confiar el cuidado de su alma al cura de Clochemerle, pues ya no se sentía con ánimos, cada vez que deseaba lavar sus culpas, de efectuar un viaje a Lyon para entrevistarse con el reverendo padre de Latargelle, un jesuíta avisado y sutil que en la época en que su vida se había visto agitada por borrascosas tormentas pasionales, había sido su director espiritual. "Este pobre Ponosse —solía decir— es un hombre apropiado para una modesta viuda pensionada, pero a ese pringoso le halaga confesar a una baronesa." Y añadamos ahora esta confidencia hecha a la marquesa de Aubenas-Theizé, la propietaria de las tierras vecinas a las suyas:

—Ya comprenderá usted, mi buena amiga, que cuando yo tenía pecados perfumados, no los habría confiado a ese patán. Pero ahora ya no tengo más que pecadillos de anciana, para los cuales basta con un plumero. Mi querida amiga, ahora no percibimos más que la naftalina de la virtud a la fuerza.

Ya vemos, pues, el concepto que merecía Ponosse a la baronesa de Courtebiche. En resumidas cuentas, consideraba al cura de Clochemerle como parte integrante de su servidumbre. Ponosse cuidaba de su alma, como la manicura le cuidaba las manos y la masajista el cuerpo. A su juicio, las dolencias y los achaques del cuerpo y del alma de una gran dama, que tenía detrás de ella diez siglos de alcurnia, constituían aún motivos de profundo respeto para los villanos, fuesen o no fuesen curas, a los que se concedía el honor de revelarles sus desnudeces físicas o morales.



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