Milagro en los Andes by Nando Parrado

Milagro en los Andes by Nando Parrado

Author:Nando Parrado
Language: es
Format: mobi
Tags: nonf_biography
Published: 2005-12-31T23:00:00+00:00


La ventisca perdió finalmente fuerza y la mañana del 17 de noviembre nos levantamos con un día despejado y calmado. Sin demasiado bombo, Roberto, Tintín y yo recogimos nuestras cosas y partimos una vez más en dirección descendente por la ladera, esta vez con un sol brillante y con una ligera brisa. Hablamos muy poco. Rápidamente me quedé absorto en el ritmo de mis pisadas y, a medida que avanzábamos kilómetros, el único sonido que había en el mundo era el crujido de mis zapatillas de rugby sobre la nieve. Roberto, que arrastraba el trineo, se había adelantado y, después de una hora y media de caminata, le oí gritar. Estaba de pie en un alto ventisquero de nieve y, cuando llegamos hasta él y miramos más allá del lomo de nieve, vimos lo que estaba señalando: los restos de la cola del Fairchild estaban a unos cuantos metros. En unos minutos habíamos llegado a la cola. Había maletas esparcidas por todas partes y las abrimos para extraer todos los tesoros que había en su interior: calcetines, jerséis y pantalones de abrigo. Con alegría nos arrancamos los harapientos trapos sucios que llevábamos a las espaldas y nos pusimos ropa limpia.

Dentro de la cola encontramos más maletas con ropa. También encontramos ron, una caja de bombones, cigarrillos y una pequeña cámara fotográfica con carrete. La pequeña cocina del avión estaba en la cola, donde encontramos tres pastelitos de carne que devoramos de inmediato, así como un sandwich con moho que guardamos para más tarde.

Estábamos tan emocionados con este botín inesperado que casi nos olvidamos de las baterías de la radio, que Carlos Roque nos había dicho que estaban en algún lugar de la cola. Tras una breve búsqueda, encontramos las baterías en un compartimento detrás de una compuerta en el casco exterior de la cola. Eran más grandes de lo que esperaba. También encontramos algunas cajas de Coca-Cola vacías en el compartimento de equipajes de detrás de la cocina; las sacamos al exterior y encendimos un fuego con ellas. Roberto asó algunos trozos de carne que llevábamos con nosotros y comimos con gran apetito. Rascamos el moho de los sandwiches que encontramos y nos los comimos también. Al caer la noche, esparcimos la ropa de las maletas en el suelo de la bodega de equipajes y nos tumbamos a descansar. Con unos cables que Roberto había arrancado de las paredes de la cola, conectamos la batería del avión a una luz fijada al techo y, por primera vez desde que estábamos allí, tuvimos luz al anochecer.

Leímos algunas revistas y cómics que habíamos rescatado de entre las maletas y saqué algunas fotos de Roberto y de Tintín con la cámara que habíamos encontrado. Creía que, si no lográbamos salir con vida de ésa, alguien encontraría la cámara, revelaría el carrete y sabría que habíamos sobrevivido, al menos durante un tiempo. Por algún motivo, eso era importante para mí.

La bodega del equipaje era lujosamente cálida y espaciosa —qué placer poder estirar las piernas y ponerme en cualquier postura que quisiera—, así que pronto nos adormecimos.



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