El Ocho by Katherine Neville

El Ocho by Katherine Neville

Author:Katherine Neville
Language: es
Format: mobi, epub
Published: 2009-01-25T23:00:00+00:00


Las colinas de Argel son más empinadas que las de Roma o San Francisco. Hay lugares donde incluso es difícil permanecer de pie. Cuando llegamos al restaurante, una habitación pequeña en la segunda planta de un edificio que daba a una plaza abierta, estaba sin aliento. El restaurante se llamaba El Baçour lo que, según explicó Kamel, significaba la silla del camello. En la pequeña entrada y el bar había sillas de camello dispersas, cada una de ellas bordada con hermosos patrones de hojas y flores bellamente coloreados.

El recinto principal tenía mesas con manteles blancos y almidonados y blancas cortinas de encaje que se levantaban suavemente a impulsos de la brisa que entraba por las ventanas abiertas. Afuera, las copas de las acacias salvajes golpeaban contra los postigos.

Elegimos una mesa colocada en una especie de alcoba redondeada, donde Kamel pidió pastilla au pigeon, un pastel crujiente empapado en canela y azúcar y relleno con una deliciosa combinación de carne de paloma, huevos revueltos picados, pasas, almendras tostadas y especias exóticas. Mientras comíamos el tradicional almuerzo mediterráneo de cinco platos, con los deliciosos vinos caseros fluyendo como agua, Kamel me entretuvo con historias del norte de África.

No había pensado en la increíble historia cultural de ese país que ahora llamaba mi casa. Primero llegaron los tuaregs, cabilios y moros —esas tribus de los antiguos bereberes que se habían establecido en la costa—, seguidos por los cretenses y fenicios que habían establecido guarniciones allí. Después las colonias romanas, los españoles, que habían conquistado tierras moras después de recuperar las propias, y el imperio otomano, que dominó durante trescientos años a los piratas de la costa de Berbería. A partir de 1830, estas tierras habían estado dominadas por los franceses, hasta que la Revolución Argelina terminó con la dominación extranjera, diez años antes de mi llegada.

En los intervalos, habían reinado más dinastías de Deys y Beys de las que podía enumerar, todas con nombres exóticos y prácticas más exóticas que sus nombres. Harenes y decapitaciones parecían constituir la regla. Ahora que primaba el gobierno musulmán, las cosas se habían calmado un poco. Pese a que había observado que Kamel bebía su parte de vino tinto con el tournedó y el arroz azafranado, y su vino blanco para bajar la ensalada... afirmaba ser un seguidor de al-Islam.

—Islam —dije mientras nos servían el café negro muy dulce y el postre—. Quiere decir paz, ¿no es así?

—En cierta forma —dijo Kamel, que estaba cortando en cuadrados el rahad lakhoum, una sustancia parecida a jalea cubierta de azúcar glas y aromatizada con ambrosía, jazmín y almendras—. Quiere decir lo mismo que shalom en hebreo: que la paz sea contigo. En árabe se dice salaam y va acompañado de una reverencia profunda, hasta tocar el suelo con la cabeza. Significa sometimiento total a la voluntad de Alá... sumisión completa. —Y me tendió un trozo de rahad lakhoum con una sonrisa—. En ocasiones, la sumisión a la voluntad de Alá significa la paz... pero otras veces, no.

—Las más de las veces, no —dije, pero Kamel me miró con seriedad.



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