(Caballo De Fuego 02) Congo by Florencia Bonelli

(Caballo De Fuego 02) Congo by Florencia Bonelli

Author:Florencia Bonelli
Language: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9789870415794
Published: 2011-09-13T22:00:00+00:00


Capítulo 12

Tal vez, se dijo Nigel Taylor, su vuelta precipitada a la región de los Grandes Lagos se vinculaba a cuestiones que nada tenían que ver con Nkunda y sus rebeldes sino con Matilde.

Había abandonado el Congo el 8 de mayo, y el 20 ya estaba de regreso.

Lo admitía, estaba loca y profundamente enamorado de la médica argentina, al punto que había desterrado a Al-Saud y a su venganza para pensar sólo en ella, en poder compartir el espacio que ocupaba, en respirar el aire que respiraba, en arrancarle una sonrisa, en obtener su aprobación.

No se había tratado de un proceso forzado o premeditado sino de un sentimiento que, con sutil firmeza, había desplazado a la ira alojada por años en su corazón.

Tenía la pierna para Tanguy, y le propondría ir juntos a Masisi para entregársela. Había pagado una fortuna para que el ortopedista la fabricara rápidamente, y no veía la hora de entregársela para recibir su recompensa: una mirada dulce que transmitiera admiración.

Sin embargo, tendría que esperar para verla. Ese jueves, 21 de mayo, lo dedicaría a Nkunda y, por la tarde, cumpliría con la invitación de Gulemale. Entró en la tienda y, aunque el generador hacía un ruido endemoniado, agradeció que proveyera de electricidad para el aire acondicionado. Aún no eran las diez de la mañana, y esa región del Congo oriental parecía una sauna. Tenía la piel pegajosa y sudada.

El general Laurent Nkunda, que hablaba por un teléfono satelital, sonrió al verlo y lo invitó a sentarse con una sacudida de mano. Aunque hablaba en francés, lengua que Taylor manejaba a medias, comprendió que conversaba con un distribuidor de coltán en Bruselas. De hecho, acababa de ver despegar el avión que, según Osbele, transportaba más de quinientos kilos del mineral codiciado por las compañías de electrónica.

—En Walikale —el enfermero aludía a una ciudad cuyos entornos eran especialmente ricos en coltán—, hallaron una mena gigante. El general hizo trabajar duro a los muchachos y la recogida fue increíble.

A Taylor no le costó imaginar lo que el eufemismo "hacer trabajar duro" escondía. Sabía que Nkunda, como también los mai-mai y los interahamwes, secuestraba niños para esclavizarlos en las minas y los ponía bajo la vigilancia de hombres armados con AK-47 y látigos de piel de rinoceronte.

Nkunda seguía hablando por el teléfono satelital, y Taylor comenzó a experimentar desprecio por el hombre bien vestido, de piel lustrosa y saludable, que tenía frente a él. "Yo no soy mejor que este munyamulengue", admitió, porque, a pesar de conocer los abusos que Nkunda perpetraba, seguiría adelante con el acuerdo, no sólo por el dinero involucrado sino porque ése era su oficio; él no sabía hacer otra cosa.

—Disculpe por haberlo hecho esperar, señor Taylor —dijo el general congoleño cuando acabó la llamada, con modos impecables y una sonrisa.

—¿Ese es el mapa de la región de los Grandes Lagos? —preguntó el inglés, y señaló un pliego extendido sobre una mesa.

—Sí. Venga, acérquese. Estaba estudiándolo con mis comandantes, tratando de establecer cuál es la mina que el gobierno de Kinshasa le cedió a la joint ventare chino-israelí.



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