Nadie Conoce A Nadie(c.1) by Juan Bonilla

Nadie Conoce A Nadie(c.1) by Juan Bonilla

Author:Juan Bonilla
Language: es
Format: mobi
Tags: thriller
Published: 1996-01-01T00:00:00+00:00


14

Casi arrastrándome llegué a casa y tal como llegué acomodé mi inconsciencia en el sofá del salón. A aquella hora tímidos haces de luz azulada perforaban la penumbra de la estancia, y al silencio de la casa apenas lo hería cada quince segundos el croar de Sapo que ya estaba despierto en su habitación.

Las horas resbalaron sigilosas sin desvelarme en ningún momento. Cuando desperté, la penumbra del atardecer iba ganándole el terreno a la luz del día. En mi cabeza todos los tambores de las bandas musicales que a aquella hora recorrerían la ciudad ensayando también las marchas procesionales que habrían de interpretar durante la Semana Santa, sacudían su estruendo, golpeando una y otra vez, redoblando vertiginosamente. Una ducha de agua templada trató de aliviarme, y sí bien no consiguió hacer desaparecer el sonido de los tambores que me bombardeaban, sí que logró amortiguarlos, devolviéndome a la par un poco de aliento. En el cielo de mi boca aún revoloteaba el sabor casi crudo de la paloma que compartí con aquellos mendigos a los que a cambio entregué mi reloj, no sé si en un rapto de generosidad o temeroso de que si no les correspondía ellos acabarían cobrándome el precio que se les antojara.

En la primera plana del periódico, por fin, había desaparecido el asunto del atentado contra el Tren de Alta Velocidad. Ya se sabe: las exclusivas de hoy envuelven el pescado podrido de mañana. Una polémica decisión del Ayuntamiento de determinar las zonas peligrosas de la ciudad con marcas de tráfico ocupaba las cinco columnas de la primera página del periódico Al parecer a los ediles se les había ocurrido avisar a los conductores desprevenidos de que se internaban en zona de putas y yonquis con una señal aun no diseñada. Ni siquiera se había decidido si la señal sería de información (cuadrada con fondo azul), de peligro (triangular con fondo blanco y bordes rojos) o de prohibición (redonda con fondo rojo).

No sabía si telefonear a María. Para llamarla necesitaba alguna excusa. Por ejemplo, me dije, podría preguntarle si se había interesado en rastrear en la hemeroteca el caso de la niña de Logroño, Natalia. Tal vez a aquella hora estuviera faltando ya a su cita con Sapo, una vez extinguido su interés por él como probable implicado en el atentado del Tren de Alta Velocidad.

Yo tomé varias resoluciones mientras seguían golpeándome en la cabeza los tambores de la resaca y chillando en mi estómago los estragos de la noche anterior, sin que pudiera hacer mucho por combatirlos. Una de las resoluciones, la más obvia, se refería desde luego a esa distorsión que en mi vida había causado el crucigrama con los ARLEQUINES y el atentado con gas: para corregir la distorsión me impelí a no probar ni una gota más de alcohol. Otra de las resoluciones me imponía hablar directamente con Sapo de todo esto, no sabía aún si acusándolo sin reservas o comentándole las razones por las que creía que de alguna manera estaba conectado



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