Mientras vivimos(c.1) by Maruja Torres

Mientras vivimos(c.1) by Maruja Torres

Author:Maruja Torres
Language: es
Format: mobi
Tags: Narrativa variada
ISBN: 8408036424
Publisher: Editoria Planeta, S.A.
Published: 1999-12-31T23:00:00+00:00


10

Cuando Regina tenía doce años, Albert Dalmau le dijo que si levantaran los adoquines de la calle donde vivía Teresa encontrarían el mar bajo sus pies. A esa edad hizo que lo acompañara por primera vez al piso de quien Regina, por lo mucho que él le hablaba de ella, creía la más fiel clienta de su padre, aunque pronto se percató de que, si bien Albert entregaba esporádicamente a la mujer alguna alhaja envuelta en papel de seda (un pendiente cuya piedra se había desprendido y él la había engarzado de nuevo, un collar al que había cambiado el broche), lo más habitual era que la transacción se realizara en sentido contrario. Más tarde, Regina comprendió que Teresa estaba vendiendo, pieza a pieza, las joyas familiares que, junto con el piso, eran cuanto le quedaba del patrimonio heredado de su abuela materna, porque la literatura infantil que publicaba no le daba lo bastante para vivir. Dalmau actuaba como intermediario.

Aquellos libros de tapas rígidas y coloridas llegaron a Regina antes de conocerla, de manos de su padre, que ponía mucho empeño en que los leyera. A ella le gustaban. Sus protagonistas eran siempre los mismos, una reducida pandilla de chiquillos de barrio que vivían extraordinarias aventuras sin salir del solar en donde se desarrollaban sus juegos. En el grupo de amigos era una niña, Marta, la más inteligente y osada, quien tomaba la iniciativa en cada historia. Regina se quedó muy sorprendida cuando descubrió que Teresa no tenía hijos y que vivía sola en aquel piso antiguo al que se accedía subiendo una decena de peldaños. Formaba parte de un vetusto palacete de tres plantas, con un zaguán para carruajes, que había sido reconvertido en oficina de atención al público de una empresa de transportes que ocupaba la planta baja y el sótano. Al pie de la escalinata de mármol deteriorado que conservaba cierto porte señorial, se encontraba la garita del portero, en desuso.

El piso era más oscuro que el suyo, pero a Regina nunca se lo pareció, entre otras cosas porque disponía de un amplio patio posterior con una gran mesa redonda y sillas de hierro, maceteros llenos de plantas y una fuente semicircular adosada a la pared de cerámica del fondo y culminada por un amorcillo de bronce, de cuyos labios burlones brotaba un chorro de agua. El piso olía a sábanas limpias y a mar, y gran parte de las paredes estaban forradas de estanterías donde los libros se comprimían y amontonaban en un desorden fantástico, como si estuvieran vivos y se ganaran su sitio empujándose unos a otros. Era un piso más añejo que el de los Dalmau pero, al contrario que sus padres, Teresa no lo había abandonado a la desidia. En casa de Regina nada de lo que se desgastaba era reemplazado, de modo que la niña, a medida que creció, fue testigo de cómo huía de entre aquellas paredes cualquier resto de vigor, y de cómo la relación de sus padres parecía pender de una cuerda como la que Santeta usaba para asegurar los grifos rotos.



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