Las aventuras de Arthur Gordon Pym by Edgar Allan Poe

Las aventuras de Arthur Gordon Pym by Edgar Allan Poe

Author:Edgar Allan Poe [Poe, Edgar Allan]
Format: epub
Tags: Novela
Publisher: Unknown
Published: 2010-09-30T22:00:00+00:00


XII.- La vida a la suerte

Desde hacía algún tiempo, yo ya había sospechado que tendríamos que llegar a este último y terrible extremo, y había resuelto interiormente aceptar la muerte en cualquier forma y bajo cualesquiera circunstancias antes que echar mano de tal recurso. Mi resolución no se había debilitado en modo alguno bajo la presente intensidad del hambre que padecía. La proposición no fue oída por Peters ni por Augustus. Por ello, llevé a Parker a un lado y, pidiéndole mentalmente a Dios poder bastante para disuadirle del horrible propósito que abrigaba, disputé con él durante largo rato, rogándole en nombre de todo lo que él tuviera por sagrado, y aduciéndole todos los argumentos que lo extremado del caso requería, para que abandonase la idea y no la mencionase a ninguno de los otros dos.Escuchó todo lo que le dije sin intentar rebatir ninguno de mis argumentos, y yo empezaba a creer que lo había convencido. Pero cuando dejé de hablar, me espetó que sabía muy bien que todo lo que yo había dicho era verdad, que recurrir a tal extremo era la alternativa más horrible que podía concebir la mente humana, pero que él había soportado hasta donde la naturaleza humana puede resistir, y que era innecesario que pereciesen todos, cuando con la muerte de uno era posible, e incluso probable, que al fin se salvasen los demás. Añadió que yo podía evitarme el trabajo de amonestarle por tal propósito, pues ya lo había resuelto en su mente aun antes de la aparición del barco, y que sólo el barco que tuvo a la vista le había impedido hablar del asunto más prontamente.

Le rogué entonces que ya que no quería abandonar su propósito, lo difiriese al menos para otro día, para ver si entre tanto aparecía algún otro barco que pudiera salvarnos, aduciendo de nuevo cuantos argumentos se me ocurrieron como más adecuados para conmover la dureza de su naturaleza. Pero me contestó que no había hablado con nadie hasta ver llegado el último momento posible, que no podía vivir por más tiempo sin tomar sustento de cualquier clase, y que por eso otro día más sería demasiado tarde, pues al día siguiente se habría muerto.

Viendo que no podía conmoverle con nada de lo que le decía en tono suave, cambié de actitud y le dije que tuviese presente que yo era el que menos había sufrido de todos a consecuencia de nuestras calamidades; que, por consiguiente, mi salud y mis fuerzas se habían conservado hasta el momento mucho mejor que las de Augustus o Peters y que las suyas propias; en una palabra, que estaba en condiciones de imponerle mi voluntad por la fuerza si era necesario, y que si trataba de dar a conocer a los demás de algún modo su designio sanguinario y caníbal, no vacilaría en arrojarlo al mar. Al oír estas palabras, se arrojó inmediatamente a mi garganta y, sacando una navaja, hizo varios esfuerzos infructuosos para clavármela en el estómago, atrocidad que sólo su excesiva debilidad le impidió cometer.



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