Islas A La Deriva by Hemingway Ernest

Islas A La Deriva by Hemingway Ernest

Author:Hemingway, Ernest [Hemingway, Ernest]
Format: epub
Tags: Unknown
Publisher: Unknown
Published: 2009-12-13T02:27:53+00:00


— No quiero saber nada de eso. Tom, ¿cuándo me llevarás al bar de los locos?

— Cualquier día de estos.

— ¿Es cierto que los chiflados entran y piden algo normalmente como los clientes de aquí?

— Completamente cierto. La única diferencia es que ellos llevan camisa y pantalón hechos con sacos de azúcar.

— ¿Es verdad que jugaste en el equipo de béisbol de los locos contra el de los leprosos?

— Sí. Es cierto. Y tiré la pelota como nadie. El equipo de los locos nunca tuvo un pitcher[24] igual.

— ¿Cómo les conociste ?

— Un día, volviendo de Rancho Boyeros, entré por casualidad en aquel bar y me gustó el sitio.

— ¿De veras me llevarás al bar de los locos?

— Claro. Si no te dan miedo.

— Me darán miedo. Pero no tendré demasiado miedo si estoy contigo. Y por eso precisamente quiero ir. Para asustarme.

— Hay algunos locos estupendos allí. Te gustarán.

— Mi primer marido fue un loco. Pero de los peligrosos.

— ¿Crees que Willie está loco también?

— No. Sólo tiene un carácter difícil.

— Ha sufrido mucho.

— ¿Y quién no? Willie presume de sus sufrimientos.

— No lo creo. Le conozco bien. Te lo aseguro.

— Hablemos de otra cosa. ¿Ves ese hombre que está allí junto a la barra hablando con Henry?

— Sí.

— En la cama sólo quiere porquerías.

— Pobrecillo.

— No es pobre. Es rico. Pero sólo le gustan las porquerías*.

— ¿A ti no te ha gustado nunca hacer porquerías?*.

— Nunca. Pregúntale a quien quieras. Y nunca en mi vida hice nada con mujeres.

— Honesta Lilly —dijo Thomas Hudson.

— ¿Y no te gusto más así? A ti tampoco te gustan las porquerías*. A ti te gusta hacer el amor y sentirte feliz y quedarte dormido. Te conozco.

— Todo el mundo me conoce*.

— No. No te conocen. Tienen diferentes opiniones sobre ti. Pero yo te conozco.

Thomas Hudson estaba bebiendo otro daiquiri helado sin azúcar y al levantar el vaso para llevárselo a la boca, bajo el hielo que cubría la parte superior se quedó mirando el líquido. Le recordaba el mar. La parte frappé se le antojó la estela que va dejando un barco y la parte de abajo, más clara, la comparó al mar tal como queda después de ser cortado por la proa, navegando en aguas poco profundas por una superficie con fondo de arena. Era casi el color exacto.

— Me gustaría que hubiese una bebida del color del mar cuando la profundidad es de ochocientas brazas y hay calma chicha y el sol cae a plomo y en el agua hay bandadas de diminutos peces.

— ¿Qué dices?

— Nada. Déjame beber esta copa de aguas poco profundas.

— ¿Qué ocurre, Tom? ¿Tienes algún problema?

— No.

— Estás tremendamente triste y hoy se te ve hasta algo viejo.

— La culpa es de este fuerte viento del norte.

— Tú siempre has dicho que el viento del norte te alegraba y te ponía en forma. ¿Cuántas veces hemos hecho el amor porque había viento norte?

— Muchas.

— Siempre te ha gustado el viento norte y me compraste este abrigo para que lo llevase cuando sopla.



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