Danza De Tinieblas by Eduardo Vaquerizo

Danza De Tinieblas by Eduardo Vaquerizo

Author:Eduardo Vaquerizo
Language: es
Format: mobi
Tags: Ciencia Ficción-Ucronía
ISBN: 9788445075531
Publisher: Minotauro
Published: 2005-01-01T00:00:00+00:00


11

Ciudad Covacha

No recordaba aquella calle de tierra sin compactar, aquel albañal concreto donde se pudría un gato muerto comido de moscas, ni tampoco las roídas tapias de adobes precarios, apuntalados de ramas y desechos transportados desde las escombreras. Sin embargo, reconoció el olor, mezcla de orines, viejos, de ollas grandes donde apenas sobrenadaba la grasa, de basura quemada y sudor agrio, un olor que le hizo sentirse en casa.

El aire levantaba polvo que el brillo del sol, muy bajo ya en el oeste, convertía en nubes de oro flotando sobre los tejados miserables. Entornó los ojos para evitar que se le llenasen de tierra. Se sujetó el sombrero y echó a andar calle adelante. Volaron papeles, algún trapo viejo desprendido de un tejado, ramas secas.

Los vio en seguida, ocultándose en huecos y esquinas: perros famélicos que le rehuían mientras le miraban con esperanza de un trozo de pan y niños desarrapados asomándose a las puertas de las covachas, chupándose los dedos, con los mocos colgando tenazmente de sus naricillas. Algunos sonrieron a su paso, y los más valientes y mayores salieron a su encuentro con la mano abierta. Iba demasiado limpio y bien vestido, y sabía cuan rápido corrían las noticias en la ciudad de los pobres; por tanto, avivó el paso. Una o dos mujeres lo vieron pasar mientras se lo cruzaban con hatos o cántaros a la cabeza. Venían o iban a la fuente, el caño miserable que abastecía a toda Ciudad Covacha. Joannes también buscó su cercanía.

Creía haber olvidado muchas cosas; sin embargo, sus pasos no fallaron, torciendo por callejones y atajando por vericuetos laberínticos. Sólo una vez tuvo que volver atrás y desandar el camino debido a un muro que le bloqueó el paso.

Oyó el ruido del parloteo desde muchas esquinas antes. Cuando llegó a la plaza central era ya casi de noche. Como recordaba, había dos o tres casas viejas, antiguas majadas de pastores remendadas muchas veces. En el centro de las miserables construcciones había un pilón de cinco metros que había servido para dar de beber a un gran rebaño de ovejas. A su vera se reunían mujeres gritando, riéndose las gracias mientras los cántaros se llenaban al escaso caudal del caño. Por un momento, a la luz sesgada y borrosa de la atmósfera saturada de polvo, Joannes confundió esa escena con una plaza empedrada e igualmente llena de risas y chanzas, la plaza de su niñez. Una de aquellas voces aún la recordaba tan cristalina como la misma agua que llenaba el cántaro, había sido la de su madre.

Ese pensamiento le hizo avanzar de nuevo. Por un momento se le ocurrió una idea desagradable: quizá la taberna ya no estaba, y la Dolores había marchado a su Ronda natal o, siguiendo un camino mucho más ominoso, al estercolero donde los covachanos enterraban a sus muertos, ya que hasta los curas habían abandonado aquel lugar a su suerte. Muchas caras se giraron a su paso. Al fin encontró la esquina apropiada y vio la



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