(Milo Weaver 01) El turista by Olen Steinhauer

(Milo Weaver 01) El turista by Olen Steinhauer

Author:Olen Steinhauer
Language: es
Format: mobi
Tags: thriller
ISBN: 9788498677744
Publisher: RBA Libros, S.A.
Published: 2008-12-31T23:00:00+00:00


31

Tras algunas maniobras de evasión, incluido un peligroso giro de ciento ochenta grados en un túnel, salieron de París y pararon en un bar casi vacío cerca de Les Lilas, en las afueras. Tras negociar un poco, Milo y Morel se sentaron a una mesa al fondo, mientras Einner y Adrián Lambert, su compañero, se miraban furiosamente en la barra. El camarero, un hombre gordo con el delantal manchado, les sirvió café mientras Morel decía.

—Qué alegría que haya vuelto a nuestro país, señor Weaver.

Milo dio las gracias al camarero y esperó a que se marchara.

—¿Deseaba hablar conmigo?

—Tengo algunas preguntas.

—¡Qué suerte! —dijo, golpeando la mesa—. Yo también tengo preguntas. Por ejemplo, nuestros amigos americanos nos han dicho que le están buscando, pero no tenemos ninguna constancia de su entrada en Europa. Por favor. ¿Con qué nombre está viajando?

—Lo siento —dijo Milo—. No puedo responderle a esa pregunta.

—Entonces tal vez pueda decirme por qué mató a Angela Yates.

—No sé quién la mató. Es lo que intento averiguar.

Diane Morel cruzó los brazos, mirando por encima de la mesa.

—Entonces quizá podrá decirme por qué se interesa por una funcionaría de poca monta como yo.

—Tiene un amigo con una casita en Bretaña —dijo Milo—. Cuando él todavía trabajaba en Londres, la visitaba los fines de semana, mientras usted trabajaba en la que me han dicho que es una excelente novela de temática socialista. Él es chino y doy por sentado que cruzaba el Canal desde Londres para encontrarse con usted. ¿Acierto?

Daniel Morel abrió la boca, y después la cerró. Se echó hacia atrás.

—Es interesante. ¿Quién se lo ha dicho?

—Un amigo.

—La CIA sabe muchas cosas, señor Weaver. —Sonrió—. La verdad es que a menudo nos da envidia. Nosotros tenemos un personal de risa y cada año los socialistas nos recortan el presupuesto. En los años setenta estuvieron a punto de eliminarnos por completo. —Meneó la cabeza—. No, no soy la clase de mujer que escribiría un nuevo Manifiesto Comunista.

—Entonces estoy mal informado.

—No del todo.

—¿No?

Diane Morel notó el interés de Milo.

—Se lo contaré todo, señor Weaver. Tenga paciencia.

Milo intentó parecer paciente.

La mujer se frotó un punto entre las cejas.

—La semana pasada, el viernes, le vieron almorzando con la señora Angela Yates. Aquella misma noche, estaba con el señor Einner, vigilando el piso de Angela Yates. Se marchó temprano, sí, pero después volvió a visitar a Yates. Unas horas después, ella murió envenenada. Un barbitúrico, según el médico. Dijeron que todas sus pastillas para dormir habían sido cambiadas por ese fármaco.

—Sí —dijo Milo.

—El señor Einner y otro compañero entraron en el edificio a las 5.16 del sábado. El señor Einner fue a verle a su hotel. Poco después ambos se marcharon por la puerta de atrás. —Se aclaró la garganta, como si fuera una fumadora empedernida—. Les localizamos en el aeropuerto, huyendo. ¿Recuerda?

—Einner no se marchó —dijo Milo—. Y salimos por la puerta trasera del hotel porque yo tenía prisa.

—¿Para volver a casa?

Milo asintió.

—De hecho, el señor Einner sí huyó, pero no en avión. Subió a su coche y salió del aeropuerto.



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