La Prisionera by Marcel Proust

La Prisionera by Marcel Proust

Author:Marcel Proust
Language: eng
Format: mobi
Published: 2010-11-27T03:00:00+00:00


Pero esta necesidad de entusiasmarse, de adquirir así relaciones, tenía su contrapartida. La asistencia asidua a los miércoles provocaba en los Verdurin una disposición opuesta, el deseo de indisponer, de separar. Este deseo se había intensificado, hasta ser casi un deseo furioso, en los meses pasados en la Raspelière, donde la gente se veía de la mañana a la noche. Monsieur Verdurin se las arreglaba para coger a alguno en falta, para tender telas de araña en las que ésta, su compañera, pudiese atrapar alguna mosca inocente. A falta de agravios, se inventaban pasos ridículos. Tan pronto como salía por media hora un asiduo, se burlaban de él con los demás, fingían extrañarse de que no hubiesen notado lo sucios que tenía siempre los dientes, o de que, al contrario, se los limpiara, por manía, veinte veces al día. Si uno se permitía abrir la ventana, el patrón y la patrona cruzaban una mirada de escándalo ante semejante falta de educación. Al cabo de un momento, madame Verdurin pedía un chal, y esto daba pretexto a monsieur Verdurin para decir en tono furioso: «Eso sí que no, voy a cerrar la ventana, no sé quién se ha permitido abrirla», y esto delante del culpable, que se sonrojaba hasta las orejas. Le reprochaban a uno indirectamente la cantidad de vino que había bebido. «¿No le hace daño? Eso se queda para un obrero.» Si dos fieles iban juntos de paseo sin haber pedido previamente autorización a la patrona, provocaban comentarios infinitos por muy inocentes que tales paseos fueran. Los de monsieur de Charlus con Morel no lo eran. Sólo el hecho de que el barón no residía en la Raspelière (debido a la vida de guarnición de Morel) retardó el momento de la saciedad, de los gestos de asco, de las náuseas. Pero este momento no iba a tardar.

Madame Verdurin estaba furiosa y decidida a hacer saber a Morel el papel ridículo y odioso que le hacía representar monsieur de Charlus. «Y además -continuó madame Verdurin (que cuando creía deber a alguien un agradecimiento que le iba a pesar, y no podía matarle por esta obligación, le descubría un defecto grave que la eximía honestamente de demostrarle tal agradecimiento)-, además se da en mi casa unos aires que no me gustan.» Y es que madame Verdurin tenía otra razón, más grave que la de haber faltado Morel a la reunión de sus amigos, para estar contra monsieur de Charlus. El barón, muy penetrado del honor que hacía a la patrona llevándole al Quai Conti a unas personas que por ella no habrían ido, ante los primeros nombres propuestos por madame Verdurin como posibles invitados, reclamó la exclusiva más categórica, en un tono perentorio que aunaba el orgullo rencoroso del gran señor caprichoso y el dogmatismo del artista experto en materia de fiestas y que retiraría del juego su moneda y negaría su concurso antes que acceder a concesiones que, según él, comprometían el resultado armónico. Monsieur de Charlus sólo había dado



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