(Intriga Y Crimen Durante La I G.M. 04) Las Trincheras Del Odio

Author:Anne Perry
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-05-10T23:00:00+00:00

8

—¿Mi coronel?

Joseph acudió al refugio subterráneo del coronel Hook. Por el mensaje en que reclamaba su presencia, sabía que las noticias eran malas. Estaba preparado para que le comunicara que algún conocido cercano había muerto. Tenía un nudo en el estómago a causa del esfuerzo por apartar de su mente la posibilidad de que fuese Judith.

Hook levantó la vista del papel que estaba leyendo. Tenía la piel gris y el mentón ensombrecido por la barba sin afeitar.

—Ah, Reavley. Acaban de informarme de que Londres va a enviar a un fiscal para el consejo de guerra.

El alivio inundó a Joseph como una oleada cálida que le causó una sensación de mareo y le perló la frente de sudor.

—Esperaba que pudiéramos contar con alguien de los regimientos destacados aquí —prosiguió Hook sin percatarse del efecto de sus palabras en Joseph—. Al menos habría sido alguien que comprendería las... las presiones. Pero nos mandan a un hombre que se llama Faulkner. He oído hablar de él. —Miró a Joseph con el ceño fruncido—. Su fama le precede, es un hombre muy estricto, defensor de la pena capital como método disuasorio. Dudo que el muy cabrón haya combatido alguna vez. —Se pasó una mano por la cara—. Perdón. No debería hablar de él así, supongo... supongo que será capaz de... —Le falló la voz. Parecía totalmente desesperanzado.

Joseph se sentó sin que Hook lo invitara a hacerlo. Carraspeó para aclararse la garganta. —¿Qué posibilidades hay de que el general Northrup consiga rebajar los cargos?

Hook se mostró sorprendido. —¿Con Faulkner? Ninguna. Impondrá un castigo ejemplar a Cavan y Morel. Reavley, me da miedo la reacción de los hombres cuando se enteren. Nos quedan poco más de tres días, luego será demasiado tarde.

A Joseph no le hizo falta preguntar a qué se refería. Una vez que acusasen a los doce hombres de motín y asesinato, salvo que al final los declarasen inocentes, cosa prácticamente imposible, la única sentencia posible era la de muerte. Entonces sería harto probable que se produjera un verdadero motín. En el mejor de los casos esto ocasionaría una desmoralización tan grande que aniquilaría el espíritu necesario para resistir la terrible masacre de la ofensiva alemana. Las líneas serían aplastadas, y las fuerzas supervivientes tendrían que re— plegarse detrás de las últimas defensas. Los alemanes avanzarían sin mayores obstáculos hasta París, y Francia caería.

Después de eso nada se interpondría entre el Ejército alemán y las playas de Inglaterra salvo veinte millas de mar llana, pues estaban en verano. La derrota sería cuestión de semanas.

Joseph se volvió hacia Hook y su mirada le dijo que estaba pensando exactamente lo mismo. —¿Vale la pena avisar a Faulkner de cómo reaccionarán probablemente los hombres? —preguntó.

—Valdría la pena si fuera a creérselo —contestó Hook—. Los hombres como él suelen tener una vía de escape excelente para eludir una situación de la que no quieren ser responsables: simplemente se niegan a creerla. Argüirá que el Ejército británico jamás se amotina ni se rinde.

Que sólo lo hace algún soldado aisladamente y que hay que depurar las filas de esa clase de hombres.

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