(Rebus 12) Aguas Turbulentas by Ian Rankin

(Rebus 12) Aguas Turbulentas by Ian Rankin

Author:Ian Rankin
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-05-01T23:00:00+00:00


* * *

Siobhan pasó una hora tratando de borrar de su mente todo lo relacionado con el caso, pero no podía. El baño no había servido de nada y la ginebra no le hacía efecto. La música del equipo de alta fidelidad, Envy of Angels, de Mutton Birds, no la arrullaba como de costumbre. Cada medio minuto volvía a resonar en su cerebro la última clave y se repetía la escena de Grant sujetándola de los brazos mientras John Rebus, ¡precisamente Rebus!, los sorprendía desde la puerta; y se preguntaba qué habría sucedido de no haberlos advertido de su presencia, cuánto tiempo llevaría observándolos y si había oído la discusión.

Se levantó del sofá y comenzó a pasear otra vez por el cuarto con el vaso en la mano diciendo «No, no, no», como si repitiéndolo pudiera conjurar lo que había sucedido. Pero ahí estaba el problema: que no se pueden deshacer las cosas.

—Imbécil de mierda —se vituperó a sí misma en voz alta, repitiéndolo una y otra vez hasta que las palabras perdieron su sentido.

«Imbécil de mierda...»

«No, no, no, no...»

«Flip Balfour... Gandalf... Ranald Marr...»

«Grant Hood.»

«Imbécil de mierda, imbécil de mierda...»

Estaba junto a la ventana cuando acabó una canción. En la pausa de silencio oyó un coche que daba la vuelta al final de su calle y supo por instinto quién era. Corrió hasta la lámpara y dio un pisotón al interruptor dejando el cuarto a oscuras. Había luz en el vestíbulo, pero no creía que se viera desde la calle. Tenía miedo de hacer algún movimiento que la delatara. El coche se había detenido. Comenzó a sonar otra canción y se agachó para coger el mando a distancia y apagar el tocadiscos. Ahora oía el coche al ralentí y el corazón le saltaba en el pecho.

Sonó el interfono. Alguien quería entrar; aguardó sin moverse con la mano tan tensa en el vaso que sintió un calambre. Se lo cambió de mano. Volvió a sonar el timbre.

«No, no, no...»

Olvídate, Grant. Sube al Alfa y vete. Mañana haremos como si no hubiese sucedido nada.

«Bzz, bzz, bzz...»

Comenzó a tararear para sus adentros, inventando una melodía; ni siquiera una melodía, sino simples sonidos para contrarrestar el zumbido del interfono y de los latidos en las sienes.

Oyó la puerta de un coche y se relajó un poco. Pero casi se le cayó el vaso de las manos cuando sonó el teléfono.

Lo veía iluminado por el resplandor de la farola de la calle, en el suelo junto al sofá. A los seis timbrazos se grabaría en el contestador. Dos..., tres..., cuatro...

«¡A lo mejor era Watson!»

—Diga —contestó tumbándose en el sofá con el auricular en la oreja.

- ¿Siobhan? Soy Grant.

—¿Dónde estás?

- Acabo de llamar a tu puerta.

—Será que no funciona. ¿Qué quieres?

- Podrías abrirme, para empezar.

—Estoy cansada, Grant. Iba a acostarme.

- Sólo cinco minutos, Siobhan.

—Pues no.

- Oh.

El silencio era como un tercer interlocutor, opresivo, hosco, introducido unilateralmente.

—Vete a casa, ¿vale? Hasta mañana.

- Será demasiado tarde para Programador.

—Ah, ¿has venido a hablar de trabajo? —preguntó ella metiendo la mano libre debajo del brazo con el que sujetaba el auricular.



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