El oasis secreto

El oasis secreto

Author:Paul Sussman
Language: es
Format: mobi
Tags: Aventuras
Published: 2011-02-20T23:00:00+00:00


Dajla

Había que ocuparse de todo el papeleo y rellenar los formularios de autorización para el entierro del cadáver; un aluvión de burocracia que Freya no acabó hasta poco antes del atardecer. Al salir del hospital, se encontró con que el sol ya no tenía la dureza penetrante de hacía unas horas, sino un color como de miel, brumoso, aunque el calor fuera igual de intenso.

—La llevo a la casa de la doctora Alex —dijo Zahir cuando subieron al Land Cruiser.

—Gracias —contestó ella.

No se dijeron nada más.

Iban por una carretera que cruzaba el oasis hacia el noroeste y parecía su eje principal. A ambos lados había campos de maíz y caña de azúcar, canales de riego, olivares, palmerales y unos árboles que a Freya le parecieron moreras. Aunque no prestaba mucha atención; aún estaba asimilando lo que había visto en el depósito de cadáveres.

Al cabo de veinte minutos, giraron a la izquierda por una pista más estrecha, que llevaba a un pueblo: Qalamoun, según el letrero bilingüe en árabe e inglés clavado en las inmediaciones. Había una mezquita, un cementerio, un par de puestos polvorientos de fruta y verdura, y algo tan incongruente como una tienda con un escaparate de cristal, un cartel fluorescente de Kodak y un letrero donde ponía: «Rebelado rápido de fotos».

Giraron otra vez justo a la salida del pueblo, esta vez por un camino de tierra lleno de baches y basura. Cuando el Land Cruiser empezó a bambolearse, Freya se agarró al tirador de la puerta y vio distraídamente cómo los campos dejaban paso al desierto y el verde se diluía en una gama abrasadora de naranjas y rojos. Fueron dando saltos por un camino que, después de muchas curvas por un paisaje sucio y desordenado de pequeñas montañas de arena y llanos de grava, subía por una pequeña sierra, tras la que se abría de forma espectacular el desierto. Freya se inclinó, olvidándose por un instante del trauma del hospital, y contempló la vista: un mar enorme y ondulado de arena, que se perdía en la distancia, con dunas que parecían cada vez más altas y escarpadas, de modo que lo que empezaba como un suave oleaje acababa convirtiéndose, ya en el horizonte, en grandes y afiladas crestas. Abajo, en el extenso llano situado entre la sierra y las primeras dunas, había un pequeño oasis aislado con campos y palmeras, que relucía opulento entre el vacío circundante.

—Casa de la doctora Alex allá —dijo Zahir, frenando para señalar un punto blanco, cerca de donde se acababa la vegetación.

Freya no pudo contener una sonrisa al pensar en lo perfecto que era para su hermana, y en lo feliz que debía de haber sido allí.

—Muy bonito —dijo.

Zahir se limitó a gruñir; aceleró y bajaron de la sierra para meterse en el llano.

Cruzaron los primeros campos, recién labrados, donde lo que parecían unas garcetas picoteaban la tierra de color chocolate, y entraron en el oasis. Ahora que se acercaban a la casa de su hermana, Freya prestó más atención; volvía la cabeza hacia ambos lados mientras saltaban y derrapaban por la arena del camino.



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