El Lugar by Mario Levrero

El Lugar by Mario Levrero

Author:Mario Levrero
Language: es
Format: mobi
Tags: NARRATIVA
Published: 2010-03-21T00:00:00+00:00


16

Me enteré de que había otras personas ligadas a este patio. Por los agujeros, con o sin puertas, dulas paredes (que Bermúdez recomendaba no descuidar jamás, aunque hasta el momento no habían traído nada peligroso) habíamos aparecido, en este orden, Bermúdez, el Alemán, alguien a quien llamaban (nunca supe el motivo) «el Farmacéutico», el Francés, un alemán auténtico y yo. El Francés era realmente un francés, que a duras penas lograba entenderse con ellos. El Farmacéutico, según Bermúdez, estaba loco porque siempre contaba una historia distinta de su llegada a ese lugar, y parecía ser en realidad un maquinista de ferrocarril. El «alemán auténtico», con quien el rubio apenas podía cambiar algunas palabras, permaneció hosco, en un silencio expectante y agresivo, durante algunos días; después desapareció, sin que nadie viera por dónde ni cómo, ni supiera por qué.

El Francés y el Farmacéutico habían salido, poco antes de mi aparición, en un intento de explorar los alrededores, es decir, la selva. Su ausencia prolongada preocupaba bastante a Bermúdez.

Él y el Alemán se turnaban en los quehaceres, más complejos de lo que yo sospechaba al principio. Luego yo también me incorporé a las tareas, pero, mientras tanto, pasaba la mayor parte del tiempo arrebujado en la frazada, sentado en el suelo cerca del fuego, del que se ocupaba pacientemente el Alemán, manteniéndolo con gran ahorro de leña o avivándolo llegado el momento; y yo meditaba todo lo que mi estado me lo permitía, y luego fui retomando mi costumbre de hacer anotaciones.

Estábamos bastante bien equipados: Bermúdez se había aprovisionado exageradamente para sus vacaciones turísticas, y consumíamos de forma moderada su café instantáneo y la leche en polvo, latas de conserva y cosas por el estilo; y todavía había algunos restos aprovechables de carne fresca de venado, fruto de una cacería de días anteriores. Esta carne la salaban y luego la asaban para mantenerla, pero ya comenzaba a oler mal y se hablaba de una nueva cacería. Sin embargo, había que esperar un poco más: al Francés y al Farmacéutico, o a que yo me repusiera del todo. Se trataba de dispersar lo menos posible a la gente.

Bermúdez y el Alemán acostumbraban afeitarse, e incluso ya se habían cortado el pelo mutuamente en una oportunidad. Bermúdez me ofreció sus implementos. De ellos me interesaba solamente el espejo. De antemano rechazaba la idea de afeitarme; me parecía que el aspecto adquirido, cualquiera que fuese, tendría su razón de ser, era como una muestra viva, un diario de viaje de las cosas sufridas. Pero me interesaba mirarme al espejo; en todo ese tiempo allí no había encontrado ninguno, y me producía una sensación extraña no tener esa referencia de mi aspecto. No era, exactamente, como si me hubiese olvidado de mis rasgos; pero necesitaba alguna confirmación. También sabía que al mirarme perdería algo importante, justamente esa sensación que no puedo explicar.

Era un espejo pequeño, con el azogue saltado en varios lugares, pero no distorsionaba la imagen. Es posible que exagere mi descripción, pero al mirarme



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