Duerme Mientras Canto by L R Wright

Author:L R Wright
Language: es
Format: mobi
Tags: det_classic
Published: 2011-01-05T23:00:00+00:00

18

—Me han cosido a preguntas, Cassandra. Horas y horas. Me han dejado frito, te lo aseguro. Dame algo de beber, ¿quieres?

Cassandra fue a buscarle algo a la cocina. Seguía vestida con la ropa que usaba para trabajar en el jardín y lo único que se había sacado eran las zapatillas, al darse cuenta de que llenaba la casa de tierra y hierba. Había seguido cavando a pesar de la lluvia, y, al sacarse las zapatillas, tenía húmedos los calcetines y ni siquiera se había dado cuenta. Luego, se había pasado horas y horas haciendo mil cosas en la casa, que ahora ni siquiera recordaba. Esperaba. Ni se le había pasado por la cabeza cambiarse de ropa.

—¿Qué ha ocurrido?

Cassandra se sentó en la sala de estar, donde Roger ya se había tirado sobre el sofá, con un gesto de agotamiento.

—Se figuran que he sido yo, Cassandra. ¡Dios mío! Creen en serio que he sido yo...

—¿Te han preguntado si tenías una coartada?

Las palabras le parecían torpes, impropias casi. Cuando se las imaginó escritas, le parecieron mejor.

—Les he dicho...; bueno, ¿qué iba a decirles? No podía decirles nada.

Cassandra vio que, al coger el vaso, le temblaba la mano y deseó que no rompiera la mesa de cristal al dejarlo de nuevo sobre tila. Por suerte no pasó nada, y se sintió aliviada.

—¿Qué les has dicho pues?

Cassandra, llena de admiración, advirtió que podía hablar con voz tranquila.

Roger se palpó cautelosamente el pecho con una mano.

—Me duele aquí —dijo—, exactamente aquí. En realidad, no es mi dolor, sino como un peso, como si dentro tuviera algo muy grande.

—Roger, ¿qué les has dicho?

—Les he dicho que aquel día cogí el coche y que el coche era tuyo.

Se puso en pie.

—¿Qué diablos iba a contarles? La verdad y nada más que la verdad.

—Pero, Roger —dijo Cassandra en un alarde de paciencia—, ¿no te das cuenta de que ellos no van a creerte, a menos que les digas que fuiste a ver a una determinada persona y que ésta lo confirme?

—¡Dios mío! —exclamó con voz entrecortada, al tiempo que se cubría el rostro con las manos—. ¡Es que no puedo creerlo! ¡En serio que no puedo creer que me suceda esto a mí!

Cassandra no pudo evitar preguntarse si aquella emoción era sincera. Después de todo, Roger era una especie de camaleón.

—¿Has oído lo que acabo de decirte? —le preguntó con aspereza.

Apartó las manos de su cara y Cassandra vio que tenía lágrimas en los ojos.

—¡Madre mía! Han registrado la casa de mi hermana —exclamó sentándose de nuevo—. Seguramente andaban buscando un arma.

Y añadió mirándola desesperado:

—También registrarán tu coche. Espero que no haya ninguna mancha de sangre reciente...

Cassandra suspiró y notó en su cuerpo una tensión desconocida hasta entonces.

Roger, con la vista fija en el suelo, no paraba de mover la cabeza.

—¡Dios santo, en mi vida me había visto metido en una cosa tan estúpida como ésta! ¡Condenados polis!

Volvió a levantarse y se acercó a la ventana. Pese a que no era muy tarde, ya casi había oscurecido.

—Eran tres —le explicó a Cassandra—.

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