Cuentos De La Alhambra

Cuentos De La Alhambra

Author:Washington Irving
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-07-02T23:00:00+00:00


LEYENDA DEL LEGADO DEL MORO

Hay en el interior de la fortaleza de la Alhambra, y frente al palacio real, una explanada grande y extensa, llamada Plaza de los Aljibes. Toma su nombre de los grandes depósitos de agua subterráneos que existen en ella desde el tiempo de los moros. En un extremo de la plaza se ve un pozo árabe, cortado también en el corazón de la roca, de una gran profundidad —que comunica con los aljibes— y cuya agua es fresca como la nieve y tan limpia y transparente como el cristal. Los pozas abiertos por los moros gozan de gran fama, pues es bien sabido qué esfuerzos empleaban hasta dar con los nacimientos y manantiales más puros y agradables. Este pozo de que nos estamos ocupando es célebre en Granada, principalmente porque los aguadores que de él se surten unos con grandes garrafas a las espaldas, y otros con jumentos llevándoles los cántaros están subiendo y bajando por las pendientes y frondosas alamedas de la Alhambra desde por la mañana muy temprano hasta las horas bien avanzadas de la noche.

Las fuentes y los pozos —desde los remotos tiempos de las Sagradas Escrituras-han sido muy notables, por constituir los sitios de concurrencia y conversación en los países cálidos. Ahora bien, el pozo de nuestra Alhambra es asimismo una especie de tertulia perpetua, que dura todo el santo día, formada por los inválidos, las viejas y todos los vagos y curiosos de la fortaleza, que se sientan sobre los bancos de piedra, bajo un toldo que se extiende sobre el brocal para resguardar del sol al cobrador. Allí se charla acerca de los sucesos de la fortaleza, se pregunta a los aguadores que van llegando por las noticias que corren en la capital, y se hacen largos comentarios sobre todo cuanto se ve y todo cuanto se oye. No hay hora del día en que no se oiga cuchichear a las comadres y holgazanas domésticas, que van allí con cántaros en la cabeza o en la mano, ansiosas de enterarse del último tema de conversación de la cháchara sempiterna de aquella buena gente.

Entre los aguadores que concurrían a este pozo había uno robusto, ancho de espaldas y corta y zambo de piernas, llamado Pedro Gil, conocido más bien por Peregil, por contracción y abreviatura. Siendo aguador, tenía que ser gallego, pues la naturaleza parece haber formado razas, así de hombres como de animales, para cada una de las diferentes ocupaciones; en Francia todos los limpiabotas son saboyanos; los porteros de las casas, suizos; y cuando se usaban tontillos y pelo empolvado en Inglaterra, nadie más que los irlandeses se cargaban con una silla de manos.

Lo mismo sucede en España: los aguadores y mozos de cordel son todos robustos gallegos; nadie dice "Tráeme un mozo de cordel", sino "Anda y tráeme un gallego".

Volviendo a nuestra historia, Peregil, el gallego, había empezado su oficio con una sola garrafa grande, que llevaba a la espalda; poco a poco fue prosperando, y pudo comprar



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