Asesino Bajo La Lluvia by Raymond Chandler

Asesino Bajo La Lluvia by Raymond Chandler

Author:Raymond Chandler
Language: es
Format: mobi
Tags: det_police
ISBN: 9788420677705
Publisher: Alianza Editorial, S.A.
Published: 2011-12-23T23:00:00+00:00


CAPITULO 8

Subí lentamente la Terraza La Verne rumbo a la casa de Steiner.

A la luz del día pude ver claramente la pendiente de la colina y los escalones de madera que el asesino había usado para escapar. La calle era casi tan angosta como el callejón. Al frente había dos casas, no demasiado cerca de lo de Steiner. Con el ruido de la lluvia, era improbable que alguien hubiera prestado atención a los tiros.

La casa tenía un aspecto pacífico bajo el sol de la tarde. Las despintadas tejas del techo estaban todavía húmedas por la lluvia. Los árboles de la vereda de enfrente estaban llenos de hojas nuevas. NO había automóviles en la calle.

Algo se movió detrás del seto que ocultaba la entrada de la casa.

Carmen Dravec, vistiendo un saco verde y blanco, apareció en el portón. Se detuvo y me miró despavorida, como si no hubiera oído el ruido del auto. Corrió detrás del cerco. Yo seguí mi camino y estacioné frente a la casa abandonada.

Me bajé y volví hacia atrás. A plena luz, era una actitud peligrosa.

Crucé el cerco. La muchacha se encontraba junto a la puerta entreabierta, erguida y silenciosa. Una mano se movió lentamente hasta su boca y se mordió el pulgar que parecía un gracioso dedo de más. Tenía profundas y oscuras ojeras bajo unos ojos llenos de terror.

La empujé hacia el interior de la casa y sin decir una sola palabra, cerré la puerta. Nos miramos uno al otro. Bajó la mano y trató de sonreír. Entonces, toda expresión desapareció de su rostro. Parecía tan inteligente como el fondo de una caja de zapatos.

Traté de hablar con delicadeza.

—Tranquilízate. Soy amigo. Siéntate en esa silla. Soy amigo de tu padre, no te asustes.

Se sentó sobre el almohadón amarillo que cubría la negra silla de Steiner.

El lugar tenía un aspecto descolorido y decadente con la luz de día. Todavía olía a éter.

Carmen se mojó los extremos de la boca con su lengua blancuzca. Sus ojos oscuros parecían más estúpidos que asustados. Armé un cigarrillo y empujando algunos libros, me senté al borde de la mesa. Encendí mi cigarrillo y aspiré lentamente.

—¿Qué haces aquí?

Jugueteó con la tela de su saco y no contestó.

Volví a insistir.

—¿Recuerdas algo de lo que sucedió anoche?

Aquí se dignó a contestar:

—¿Recordar qué? Yo estaba en cama. Enferma. En casa.

Su voz era cautelosa y gangosa.

—Antes. Antes de que te llevara a tu casa. Aquí.

Se sonrojó. Sus ojos se abrieron.

—¿Usted... usted fue el que me llevó?

Tomó aliento y volvió a chuparse el pulgar.

—Sí. Fui yo. ¿Recuerdas algo?

—¿Usted es de la policía?

—No. Ya te dije que era amigo de tu padre.

—Entonces... ¿No es de la policía?

—No.

Dio un largo suspiro.

—¿Qué quiere saber?

—¿Quién lo mató?

Su cuerpo se estremeció dentro del saco, pero su rostro permaneció inmutable. Me miró furtivamente.

—¿Quién... quién más lo sabe?

—¿Lo de Steiner? No lo sé. La policía no lo sabe o ya habría alguien aquí. Quizás Marty.

Era sólo una cuchillada en la oscuridad, pero hizo que diera un grito desgarrador.

—¡Marty!

Por un instante ambos nos mantuvimos en silencio.



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