La Doctrina Del Shock. El Auge Del Capitalismo Del Desastre. by Naomi Klein

La Doctrina Del Shock. El Auge Del Capitalismo Del Desastre. by Naomi Klein

Author:Naomi Klein
Language: es
Format: mobi
Tags: sf
Published: 2011-03-19T23:00:00+00:00


Capítulo 13

QUE ARDA

El saqueo de Asia y «la caída de un segundo Muro de Berlín»

El dinero fluye hacia donde están las oportunidades y, ahora misma, Asia parece un lugar barato.

GERARD SMITH, banquero de instituciones financieras en UBS Securities, en Nueva York, a propósito de la crisis económica asiática de 1997-1998

Los buenos tiempos son mala política.

Mohamed Sadli, asesor económico del general Suharto de Indonesia

Parecían preguntas sencillas. ¿Cuánto puedes comprar con tu salario? ¿Llega para pagar tu alojamiento y tu manutención? ¿Te queda algo después para enviar dinero a tus padres? ¿Y los costes del transporte hasta la fábrica? Pero las planteara como las planteara, yo siempre obtenía las mismas respuestas: «depende» o «no lo sé».

«Hace unos meses», me explicaba una trabajadora de diecisiete años que cosía ropa de Gap en un taller cercano a Manila, «tenía suficiente dinero para enviar algo a casa, a mi familia, todos los meses, pero ahora no gano siquiera para comprarme la comida».

—¿Os han bajado el salario? —le pregunté.

—No, creo que no —me respondió, un tanto confusa—. Lo que pasa es que ya no se puede comprar lo mismo con él. Los precios no dejan de subir.

En el verano de 1997 yo me encontraba en Asia investigando las condiciones de trabajo en el interior de las florecientes fábricas para la exportación que proliferaban por toda la región. Lo que descubrí fue que los trabajadores y las trabajadoras se enfrentaban a un problema mayor que el de las horas extra forzadas o el de los capataces abusivos: sus países se estaban hundiendo rápidamente en lo que pronto se convertiría en una depresión en toda regla. En Indonesia, donde la crisis era aún más profunda, el ambiente se tornó peligrosamente volátil. La moneda nacional caía entre la mañana y el anochecer un día tras otro. Los mismos obreros industriales que habían podido comprar pescado y arroz con su sueldo el día anterior, se veían obligados a subsistir sólo con el arroz al día siguiente. En las conversaciones de los restaurantes y los taxis, todo el mundo parecía tener la misma teoría acerca de quiénes eran los culpables de aquello: «los chinos», me dijeron. Eran las personas de etnia china, la clase comerciante de Indonesia por excelencia, las que parecían estar sacando partido más directamente de la subida de los precios y, por ello, en ellas se concentraban la mayoría de las iras populares. Eso era lo que Keynes había querido explicar cuando advirtió de los peligros del caos económico: nunca se sabe qué combinación de rabia, racismo y revolución se desatará.

Los países del Sureste asiático eran particularmente vulnerables a las teorías de la conspiración y a la búsqueda de chivos expiatorios de carácter étnico porque, en apariencia, la crisis financiera no tenía una causa racional. En la televisión y en la prensa, los análisis se referían una y otra vez a la situación de la región como si ésta hubiera contraído una especie de enfermedad misteriosa pero altamente contagiosa: el crac de los mercados fue inmediatamente bautizado como



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