El Ojo Del Tigre by Wilbur Smith

Author:Wilbur Smith
Language: es
Format: mobi
Tags: adventure
Published: 2011-01-10T23:00:00+00:00

En la parte de adelante del puente había una pequeña cabina debajo del castillo de proa, y una escalerilla techada daba a una escalera que descendía hasta un pequeño pasillo. Era evidentemente la parte destinada a la tripulación y las puertas que se abrían al pasillo comunicaban con las cabinas y el comedor.

Una puerta de hierro tenía un cartel que decía: DEPOSITO DEL CASTILLO DE PROA. Me hicieron entrar y cerraron la pesada puerta. Oí el ruido de la llave y me quedé solo en un cubículo metálico de aproximadamente dos metros por uno y medio. Ambas mamparas estaban cubiertas por depósitos de almacenaje y el ambiente era húmedo y rancio.

Mi primera preocupación fue encontrar algo que sirviera de arma. Los depósitos estaban cerrados con llave y vi que las paredes eran bien gruesas. Me haría falta un hacha para romperlas, pero no obstante traté de hacerlo utilizando mi hombro como ariete, pero el lugar era demasiado estrecho y no podía tomar empuje suficiente.

El ruido que hice tuvo como resultado que se abriera la puerta y apareciera uno de los muchachos con un grande y maligno Rueger Magnum calibre 41 en la mano,

—Quédese quieto. No hay nada ahí dentro —dijo señalando en dirección a unos viejos salvavidas amontonados contra la pared del fondo—. Siéntese ahí y no se mueva o llamaré a uno de los otros para que me eche una mano, —Cerró con un portazo y me dejé caer sobre los salvavidas.

Era evidente que había un guardia apostado permanentemente frente a la puerta. Los otros no deberían estar lejos. No había imaginado que abriría la puerta y me cogió desprevenido. Tenía que conseguir que lo repitiera, pero esa vez estaría preparado. Comprendí que la posibilidad era remota. Todo lo que le bastaba hacer era apuntar con su arma al cuarto de depósito y oprimir el gatillo. Era prácticamente imposible errar.

Necesitaba algo para distraer su atención, algo con qué cubrirme para acercarme lo necesario. Miré ansiosamente a los depósitos otra vez y luego me dediqué a revisar mis bolsillos. Me habían quitado el encendedor, los cigarros, las llaves del coche y el cortaplumas. Pero me habían dejado el pañuelo, tres billetes de cinco libras en el bolsillo de adentro y el reloj de pulsera.

Miré el montón de salvavidas y comencé a tirarlos a un lado. Descubrí debajo un pequeño cajón de fruta que contenía diversos objetos de limpieza. Un cepillo de suelo de nylon, trapos, un frasco de Brasso, media libra de jabón amarillo y una botella de coñac llena hasta la mitad con un líquido transparente. Le quité el tapón y olí. Era disolvente.

Me senté nuevamente y estudié mi situación tratando de encontrar una salida, aunque sin mucho éxito.

El conmutador de la luz estaba afuera y la luz del depósito estaba protegida por un grueso vidrio, sujeta en el techo. Me paré y trepé por los armarios, aferrándome a ellos mientras destornillaba el globo de vidrio y examinaba la bombilla. Experimenté entonces una leve esperanza.

Bajé y agarré uno de los pesados salvavidas de tela.

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