Soy un gato by Natsume Soseki
Author:Natsume Soseki
Language: eng
Format: mobi
Published: 2010-06-23T04:00:00+00:00
Capítulo 8
Antes, cuando he descrito mis ejercicios de equilibrista sobre la valla, debería haber explicado alguna cosa más sobre la cerca de bambú que delimita el jardín del maestro. Por detrás, en la parte sur, da paso a otra casa cuyos propietarios no son, propiamente, unos don nadie. Admitámoslo, nuestro barrio es de renta baja, pero el señor Kushami es un hombre de una cierta categoría y, desde luego, no la clase de persona que se pondría a charlar a través de la valla con el vecino de turno. Más allá de la valla hay un espacio vacío de unos nueve metros de largo y, al fondo, una hilera de unos cinco o seis cipreses muy poblados. Si se contemplaba el paisaje desde la galería de casa, uno tenía la sensación de estar frente a un bosque tupido, que rodeaba la vivienda por los cuatro costados. Cabía imaginarse que aquélla era una casa solitaria en la que un sabio indiferente a la fama y a las vanidades del mundo pasara su vida en la única compañía de un gato sin nombre. Pero, al mirar detenidamente, pronto se caía en la cuenta de que los cipreses no eran tan espesos como a uno le gustaría hacer creer y que, a través de sus ramas ralas, se entreveía el tejado, de todo menos distinguido, de una posada barata que obedecía al rimbombante nombre de Gunkaku-Kan, la Posada de las Grullas. Era aquél un panorama que no casaba bien con la descripción que en estas páginas vengo haciendo del maestro como un ser pretencioso y altivo. Si ese cuchitril de posada tenía un nombre tan rimbombante, nuestra casa bien podía haberse llamado algo así como Garyo Kutsu, la Cueva del Dragón Durmiente. No hay impuestos para los nombres, así que uno puede poner a su casa el que le venga en gana.
El solar estaba delimitado a este y oeste por sendos tramos de valla de bambú, para formar después un recodo en la parte norte, que terminaba de envolver la Cueva del Dragón Durmiente. Precisamente allí, en el lado norte, era donde empezaban los problemas. Aquel terreno era la continuación y al tiempo el límite del solar. Su uso más lógico habría sido el de defender la casa por ambos lados, pero ni el amo de la Cueva del Dragón Durmiente, ni el gato excepcional que le acompañaba, sabían exactamente qué hacer con tanto terreno baldío. Si en la parte sur señoreaban los cipreses, en la parte norte lo hacían siete u ocho tristes paulonias colocadas en fila de a una. Habían crecido ya lo suficiente como para que hubieran podido servir de materia prima para fabricar sandalias de madera, y de paso hacer un buen dinero. Pero ocurría que el amo era sólo el arrendatario del solar, y no tenía permiso para cortarlas, aunque ganas no le faltaban. En una ocasión vino un mozo de la escuela con un recado, y cuando se marchó aprovechó para arrancar una buena rama y llevársela.
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