Soy Un Gato by Natsume Soseki

Soy Un Gato by Natsume Soseki

Author:Natsume Soseki
Language: es
Format: mobi
Published: 2010-06-22T22:00:00+00:00


[66] el duende narigudo de las montañas. En cualquier caso, su poderío y su enorme maldad eran evidentes. Lo más seguro y razonable era emprender la retirada. Reflexioné a fin de encontrar la forma más segura de evitar, además, una caída deshonrosa.

El cuervo más próximo a mí se giró y graznó: «ajó». Le siguió el segundo: «ajó»; y luego el tercero, algo más suave: «ajó, ajó». Me tengo por un gato bastante tolerante, pero no podía dejar pasar esa ofensa. Ser ofendido en mi propia casa por unos grajos hipertrofiados superaba todo lo admisible. Si no reaccionaba, mi nombre y mi reputación quedarían mancillados. Mejor dicho, mi nombre en realidad no resultaría afectado, pues aún no tenía, pero otra cosa era mi sacrosanto honor felino. Siempre había escuchado hablar de enormes bandadas de cuervos camorristas que sembraban el terror allá donde iban, por lo que sólo tres no me parecieron un enemigo demasiado numeroso. Pensé en la famosa máxima: «Adelante, siempre adelante. Hacia atrás ni para coger impulso», y avancé con sigilo. Y, mientras, los cuervos como si nada. Se me estaba acabando la paciencia. Lástima que el bambú no tuviera unos centímetros más de espesor. En ese caso, con una plataforma sólida, les habría presentado batalla sin dudarlo. En las actuales circunstancias, no obstante, todo lo que podía hacer era aproximarme a ellos sigilosamente. Finalmente abandoné la línea de vanguardia y me encontré a un palmo de sus posiciones. Estaba a punto de lanzar el ataque definitivo cuando, de pronto, alzaron el vuelo con aleteos sonoros que provocaron un remolino considerable de aire dirigido hacia mi cara. La tempestad me confundió, tropecé y caí al suelo, desarbolado. Rendición. Miré hacia arriba y los tres descarados plumíferos habían vuelto a posarse sobre la valla. Me miraban fijamente, apuntándome con sus picos, prestos al ataque. Verdaderamente, eran unos bichos de lo más impertinentes. Les taladré con la mirada, pero nada. Al igual que los hombres corrientes son incapaces de comprender la poesía simbolista, aquellos mamertos no reaccionaban al fuego que brotaba de mis ojos.

Al fin y al cabo, yo tenía toda la culpa. Mi error consistía en que les trataba como un gato, y desde una perspectiva estrictamente gatuna. Si hubieran sido felinos, su reacción habría sido similar a la mía. Pero eran cuervos, criaturas indignas y poco merecedoras de confianza. Su reacción era totalmente lógica, si lo pensaba. Insistir en mi actitud era tan absurdo e inútil como intentar que un hombre de negocios le cayese bien al maestro Kushami, o como pretender que el monje Saigyo aceptase el gato de plata que el general Yoritomo Minamoto le había regalado. Tan pronto como el militar salió del templo, se lo regaló a un niño que pasaba por allí. Tan fútil como pretender que los córvidos se largasen al parque Ueno a blanquear con sus defecaciones la estatua de bronce del mariscal Takamori Saigo.



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